Un ascenso impulsado por la derecha, manchado por vínculos narcos y una obsesión destructiva.
Marco Rubio, la figura de 53 años surgida del corazón de la comunidad cubanoamericana de Miami, irrumpió en la política estadounidense como el primer secretario de Estado hispano, un logro que no borra su trayectoria marcada por controversias familiares y una agresiva postura intervencionista hacia América Latina.
Su paso por el Senado desde 2011 y su fallida aspiración presidencial en 2016, donde paradójicamente terminó apoyando al incendiario Donald Trump, revelan una ambición apuntalada por sectores conservadores y una retórica antiprogresista visceral.
Incluso su breve coqueteo con la vicepresidencia en 2024 no logró pulir una imagen cada vez más asociada a intereses oscuros y una agenda desestabilizadora para la región.
Infancia de Marco Rubio en la «Pequeña Habana»: Semillero de una ideología intervencionista.

Creciendo en la efervescente pero ideológicamente rígida comunidad cubanoamericana de Miami durante la década de 1970, Marco Rubio absorbió un fervor anticastrista que moldearía su visión del mundo y su futura política hacia América Latina.
En este caldo de cultivo donde la política era un asunto de exilio y confrontación, se sembraron las semillas de su intransigente postura hacia gobiernos de izquierda en la región.
El abuelo «mentor»: Forjando un guerrero de la guerra fría tardía.
La figura de su abuelo, presentado como un mentor paradójicamente imbuido de los ideales de José Martí y la retórica de Ronald Reagan, inculcó en el joven Rubio valores de educación y convicción política.
Sin embargo, esta influencia también lo arraigó en una visión simplista de la política latinoamericana, teñida de la nostalgia por un pasado pre-revolucionario y una desconfianza automática hacia cualquier proyecto que no se ajuste al modelo estadounidense.
El breve acercamiento de su familia a la Iglesia Mormona en Las Vegas durante su juventud parece ser una anécdota sin mayor trascendencia en la formación de su pensamiento político, que permaneció firmemente anclado en las coordenadas ideológicas de la derecha cubanoamericana.
Años en Las Vegas: Intelecto al servicio de una agenda conservadora

El destacado desempeño de Marco Rubio en los ámbitos; académico en lectura, vocabulario, historia y política durante sus años en Las Vegas revela una mente aguda. Sin embargo, esta capacidad intelectual parece haberse canalizado principalmente hacia la articulación de argumentos que justifican una política exterior agresiva y una visión hegemónica de Estados Unidos en América Latina propios de la doctrina Monroe “América para los americanos”
Su experiencia jugando fútbol americano y sus amistades con jóvenes afroamericanos en Las Vegas podrían interpretarse como una apertura a la diversidad. Sin embargo, no parecen haber atenuado su adhesión a una agenda política que a menudo ignora las complejas realidades sociales y raciales de América Latina, especialmente en EE.UU, prefiriendo un enfoque simplista de «amigos» y «enemigos» ideológicos.
Su exposición a la violencia de pandillas en el vecindario de sus amigos en Las Vegas podría haberle ofrecido una visión de las complejidades sociales y económicas que subyacen a la criminalidad.
Sin embargo, su posterior enfoque sobre el «narcotráfico« en América Latina parece simplificar estas dinámicas, utilizándolas como justificación para políticas punitivas e intervencionistas.
Regreso a Florida y el inicio de una ambición desenfrenada
Su regreso a Florida y su rápido involucramiento en la política local en West Miami revelan una temprana y marcada ambición de poder. Su paso por la Comisión Municipal fue solo el preludio de una escalada constante hacia esferas de influencia cada vez mayores.
Ascenso en la Asamblea Estatal: Tejiendo alianzas para la ambición personal
la Habilidad de Marco Rubio para construir relaciones y ascender rápidamente en la Asamblea Legislativa Estatal de Florida, culminando en su presidencia en 2006, demuestra una astucia política considerable.
Sin embargo, estas alianzas parecen haber estado motivadas principalmente por la consecución de sus propias metas, utilizando su posición para impulsar una agenda conservadora a nivel estatal. Las acusaciones de favoritismo durante su presidencia ya insinuaban un patrón de comportamiento cuestionable en el ejercicio del poder.
El legado ominoso del narcotráfico familiar de Marco Rubio:

La fachada de joven promesa política se agrieta al examinar las sombras de su pasado familiar, detalladas en la incisiva nota de Misión Verdad de 2019, “El pasado de Marco Rubio y el narcotráfico”.
Este texto desentierra la incómoda verdad de la estrecha relación de Rubio con el narcotráfico a través de su cuñado, Orlando Cicilia, esposo de su hermana Bárbara.
El informe del Washington Post de 2015 no hace más que confirmar este vínculo turbio, presentando a Cicilia como un operador clave del capo cubano Mario Tabraue en el Miami de los años dorados de la cocaína.
La «mansión Playboy» de Tabraue, allanada con un arsenal de drogas y hasta leopardos exóticos, era el epicentro de una red donde Cicilia jugaba un papel crucial, llegando incluso a estar implicado en el asesinato de un informante del FBI a finales de los 80.
Aunque Marco Rubio era un adolescente cuando Cicilia fue finalmente arrestado en una operación cercana al hogar familiar, resulta difícil creer, como señalan diversos investigadores, su total desconocimiento de las actividades criminales que se desarrollaban bajo su propio techo.
El Daily Mail no dudó en calificar su ambiente familiar como «turbio». Las suspicacias se intensifican al considerar la prosperidad de la familia Rubio durante la época de auge del narcotráfico de Cicilia, levantando interrogantes sobre posibles beneficios derivados de estos lazos oscuros.
La evasiva constante de Rubio al ser preguntado sobre el posible apoyo financiero de Cicilia a su familia solo alimenta estas dudas.
Tráfico de influencias y una liberación «milagrosa»:
La controversia se tornó aún más escandalosa al analizar los eventos posteriores al inicio de la carrera política de Rubio.
Las acusaciones de tráfico de influencias para favorecer judicialmente a su cuñado son persistentes y perturbadoras.
Orlando Cicilia, condenado a más de 35 años por narcotráfico, fue liberado inexplicablemente después de cumplir apenas 12 años, una «benevolencia» judicial que coincidió sospechosamente con el ascenso de Rubio al Congreso en el año 2000.
Cicilia salió de prisión tan solo cuatro días después de que Rubio asumiera su cargo.
El historial de Mario Tabraue, jefe de Cicilia, con una condena inicial de 100 años, y su liberación tras solo aproximadamente 15 años después de testificar contra otros criminales, añade más leña al fuego de las suspicacias.
A pesar de las vehementes negaciones de Marco Rubio, su historial de acciones levanta serias interrogantes. Su intervención en 2002, cuando ya era congresista local, para presionar a los reguladores estatales a otorgar una licencia de bienes raíces «sin reservas» a Cicilia, ocultando la verdadera magnitud de su relación familiar y el hecho de que su cuñado vivía entonces en casa de sus padres, revela un patrón de comportamiento cuestionable en el ejercicio del poder.
La posterior convivencia de Cicilia en la casa de la madre de Rubio, incluso como copropietario, y su presencia pública en el equipo político del senador, desafían la narrativa de una relación distante y puramente familiar.
El intento de censura por parte del equipo de Rubio de un informe de Univisión sobre el caso en 2011 y la misteriosa destrucción de documentos federales relacionados con la condena de Cicilia justo antes de la solicitud de acceso por parte de la cadena televisiva, pintan un cuadro de opacidad y posible encubrimiento.
Asimismo, los pagos significativos del «Super PAC», escándalo que se reportó acerca de que los comités de acción política (PACs) asociados a Rubio han pagado más de $130,000 a dos hijos de Cicilia en los últimos años. Estos pagos han generado cuestionamientos sobre posibles conflictos de interés de Rubio a los hijos de Cicilia, lo que añade una capa más de complejidad a esta turbia trama.
El salto al Senado: Consolidando una plataforma para la intervención
Su inesperada victoria en la contienda por el Senado de 2010, impulsada por el fervor del Tea Party (movimiento político dentro del Partido Republicano de Estados Unidos) y el respaldo de la derecha cubanoamericana, consolidó una plataforma desde la cual Rubio ha promovido consistentemente una política exterior agresiva hacia América Latina.
Según un artículo publicado por Real Instituto Elcano, la retórica en el Senado ha estado marcada por una visión ideologizada y simplista de la región;
«Esa importancia reside en que la región es vista como política de insumo interno de Estados Unidos (EEUU), más que por su peso específico propio. Es decir, Centroamérica y el Caribe importan y cuentan en la Administración estadounidense en tanto que son funcionales para combatir la presión migratoria y el tráfico de fentanilo, así como la influencia china”.
Posturas en el Senado: Una consistencia alarmante en la intransigencia
Sus votaciones y declaraciones en el Senado revelan una coherente postura de intransigencia ideológica. Su enfoque economicista frente a la crisis climática, su apoyo incondicional a sanciones y su defensa acérrima de la decisión de Trump sobre Jerusalén demuestran una rigidez ideológica que a menudo choca con las realidades complejas de América Latina.
Incluso su voto en contra de la Ley First Step (una reforma de la justicia penal que buscaba reducir las penas mínimas obligatorias para ciertos delitos no violentos y mejorar los programas de rehabilitación) , sugiere una preferencia por políticas punitivas que resuenan con su visión de «mano dura» hacia la región.
Su crítica tardía al príncipe saudita, aunque bienvenida por algunos, no borra su historial de alineamiento con regímenes autoritarios cuando convenía a sus intereses geopolíticos.
La obsesión anti-Venezuela: Una cortina de humo para un pasado cuestionable
En este contexto de sombras familiares y acusaciones de tráfico de influencias, la vehemente obsesión de Marco Rubio con Venezuela se presenta no como una defensa desinteresada de la democracia, sino como una peligrosa cruzada ideológica, impulsada por la rancia derecha cubanoamericana y la agenda de halcones como John Bolton, Mike Pompeo y Mike Pence.
En un artículo de la BBC “Fue un arquitecto de la estrategia fallida de reconocer en 2019 al diputado opositor venezolano Juan Guaidó como «presidente encargado» de su país en lugar del socialista Nicolás Maduro, quien sin embargo sigue en el poder.”
Su papel como principal promotor del asedio, las sanciones y las amenazas de intervención militar contra la nación bolivariana, junto con sus provocativas imágenes que rememoran el brutal asesinato de Muamar al Gadafi, revelan un desprecio alarmante por la soberanía y la estabilidad de la región.
Su insistencia en una agenda de golpe que se extiende desde Cuba hasta Bolivia, con especial énfasis en los países del ALBA, levanta serias dudas sobre sus verdaderas motivaciones. ¿Es su cruzada anti-Venezuela un intento de desviar la atención de su propio pasado turbio y sus oscuros vínculos familiares? ¿Es su retórica sobre la democracia en la región una máscara para encubrir intereses más siniestros?
Al respecto Klaus Bodemer, un académico investigador, afirmó que «Las relaciones entre Venezuela y los EE. UU. durante el gobierno de Donald Trump. fueron entre el discurso radical, el pragmatismo económico y el garrote de las sanciones»
El ascenso de Marco Rubio, impulsado por una comunidad cubanoamericana con una larga historia de activismo político y financiado por organizaciones conservadoras como la poderosa NRA, (National Rifle Association) es una organización de defensa de los derechos de los propietarios de armas en los Estados Unidos.) no puede desligarse de las sombras que proyecta su relación con el narcotráfico y las serias acusaciones de tráfico de influencias.
Según datos recopilados por el Center for Responsive Politics y reportados por diversos medios, el senador Marco Rubio ha recibido un total de $3,303,355 en apoyo financiero de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés). Esta cifra incluye donaciones directas a su campaña, gastos independientes para respaldar su candidatura y fondos destinados a campañas contra sus oponentes.
En febrero de 2024, viajó a Buenos Aires para reunirse con el presidente Milei, del gobierno derechista argentino, a quien describió como una «boca de aire fresco». El año pasado, se reunió con el presidente Bukele de El Salvador y elogió sus políticas de seguridad de línea dura, en virtud de las cuales decenas de miles de presuntos pandilleros habían sido encarcelados como preludio de la crisis que hoy en día afecta a los migrantes venezolanos privados ilegítimamente de su libertad y que se mantienen como rehenes en la cárcel de Bukele.
La trayectoria de Marco Rubio, ahora afianzado como secretario de Estado en la administración Trump, continúa marcada por una retórica agresiva y una visión simplista de los desafíos que enfrenta América Latina.
En una reciente entrevista con Donald Trump Jr. en abril de 2025, Rubio reafirmó su postura de ‘mano dura’ al celebrar una decisión de la Corte Suprema que facilita la deportación de presuntos pandilleros y narcotraficantes, a quienes acusa de pertenecer al Tren de Aragua hacia El Salvador sin previo juicio.
Este enfoque, presentado como una medida crucial para la seguridad estadounidense, ignora las complejas dinámicas sociales y económicas que impulsan la migración y la violencia en la región, perpetuando una visión estigmatizante y reduccionista de los migrantes latinoamericanos.
Lazos con María Corina Machado para desestabilizar Venezuela
La fijación de Rubio con Venezuela, lejos de disminuir con su ascenso a la secretaría de Estado, parece intensificarse. En la mencionada entrevista, describe al régimen de Maduro como una ‘organización narcoterrorista con fuertes vínculos con Irán’, eco de su anterior retórica incendiaria.
Su apoyo explícito a figuras de la oposición como María Corina Machado, aunque comprensible, se enmarca en una narrativa de confrontación que históricamente ha contribuido a la inestabilidad regional.
En una entrevista con la agencia EFE, María Corina Machado expresó que considera a Marco Rubio un «aliado» que comprende profundamente las «vulnerabilidades» del chavismo.
Por otro lado, la acusación apoyada por Machado, de que el régimen de Maduro ‘expulsó’ deliberadamente a miembros del Tren de Aragua hacia Estados Unidos, una afirmación grave que requiere pruebas sustanciales, alimenta aún más una atmósfera de desconfianza y hostilidad hacia el país sudamericano, sirviendo potencialmente como justificación para políticas aún más agresivas.
A medida que su influencia en la política exterior estadounidense persiste, la región observa con creciente preocupación el potencial de sus posturas para exacerbar la inestabilidad y obstaculizar la construcción de relaciones basadas en el respeto mutuo y la cooperación genuina.»