La visión de Donald Trump y su equipo sobre el nuevo orden económico internacional postula una reconfiguración fundamental de quién se beneficia y quién asume los costos en el escenario global.
Esta perspectiva, articulada por figuras clave de su entorno, presenta a Estados Unidos como el proveedor esencial de bienes públicos globales, pero con una clara intención de trasladar la carga financiera asociada a dichos bienes.
En un discurso reciente, Stephen Moore, asesor económico de Donald Trump, afirmó que Estados Unidos proporciona al mundo dos bienes públicos globales: un «paraguas de seguridad» y el dólar como moneda de reserva internacional.
Esta declaración refleja una visión en la que EE. UU. se presenta como el sustentador del orden mundial, mientras busca que otros países compartan los costos de mantener este sistema.
Administración Trump: ¿Altruismo selectivo o carga global?

La administración Trump sostiene que, desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha garantizado la paz global mediante su poder militar y ha facilitado el comercio internacional a través del dólar y los bonos del Tesoro. Este enfoque posiciona a EE. UU. como el proveedor de seguridad y estabilidad financiera mundial.
El «paraguas de seguridad», que según la administración Trump ha creado la mayor era de paz conocida por la humanidad.
El por oro lado el dólar y los bonos del tesoro, que sirven como activos de reserva y hacen posible el sistema comercial y financiero global.
Sin embargo, esta narrativa omite las críticas sobre cómo el dominio del dólar permite a EE. UU. imponer sanciones económicas unilaterales y beneficiarse de tasas de interés más bajas debido a la alta demanda de su moneda.
La administración de Donald Trump, bajo la premisa de un «falso altruismo», estaría intentando desviar la atención del contribuyente estadounidense de su propia élite económica, enfocándola en cambio hacia el resto del mundo que es presentado constantemente como una pesada carga financiera para los contribuyentes.
Fuentes indican que la estrategia económica del equipo de Trump busca perpetuar el «privilegio exorbitante» de Estados Unidos, mientras se eluden responsabilidades financieras. Esto implicaría externalizar los costos del aparato militar y la hegemonía del dólar a la ciudadanía global, a quienes se percibe como beneficiarios injustos de los impuestos del ciudadano promedio estadounidense.
Trump declara repetidamente que él mismo establecerá los acuerdos («yo estableceré mis propios acuerdos», «yo establezco los acuerdos, no ellos») y fijará las tarifas («Yo estableceré el acuerdo y la tarifa»). Asimismo, subraya que la concreción de los acuerdos «Depende de mí, no de ellos»
Esta afirmación de control y unilateralidad por parte de Estados Unidos sobre los términos de los acuerdos comerciales y las tarifas podría interpretarse como un medio para «mantener el privilegio exorbitante» y corregir la percepción de que otros países se han «aprovechado».
Si EE.UU. dicta los términos, puede entonces estarse gestando un intento de reequilibrar lo que considera una situación desventajosa para sus contribuyentes si abandonar su hegemonía.
Esta visión plantea interrogantes sobre la equidad y sostenibilidad de la política económica estadounidense en el escenario global.
De igual modo, la dependencia global del dólar proveniente del abandono del patrón oro otorgó a EE. UU. una ventaja significativa en el sistema financiero internacional.
El uso de aranceles como una herramienta de presión económica o incluso como una forma de «castigo» (en la narrativa de que otros se han aprovechado) puede alinearse con el objetivo de hacer que otros países «carguen con los costos» o paguen por los supuestos beneficios recibidos de EE.UU. Es una forma tangible de intentar trasladar una carga económica.
Esta visión de Estados Unidos como proveedor de costos mal asumidos se traduce directamente en la forma en que Trump aborda las negociaciones comerciales internacionales.
Rechazo a reformas financieras internacionales.
Recientemente, un documento interno de la ONU reveló que EE. UU. busca debilitar acuerdos internacionales destinados a ayudar a países en desarrollo a enfrentar desafíos como el cambio climático. La administración Trump se opone a reformas que incluyen medidas sobre impuestos, calificaciones crediticias y subsidios a combustibles fósiles al que intenta eliminar referencias a la igualdad de género y la sostenibilidad en los borradores de acuerdos internacionales.
Esta aparente resistencia a compartir la carga financiera global y a permitir que otros países tengan una mayor voz en la configuración del sistema económico internacional hoy en día ha mutado no solo e escala narrativa sino practica con la imposición de aranceles globales hacia una especie de «socialización de la carga financiera».
El dólar como herramienta de poder y su posible declive.
El estatus del dólar como moneda de reserva mundial ha sido una fuente de poder para EE. UU., permitiéndole imponer sanciones y financiar déficits a bajo costo. Sin embargo, las políticas proteccionistas y las sanciones económicas han llevado a algunos países a buscar alternativas al dólar. Por ejemplo, China y Rusia han aumentado el uso del renminbi (moneda oficial de la República Popular China) en sus transacciones bilaterales.
Esta mudanza hacia cestas de divisas menos «peligrosas» han hecho que expertos como Kenneth Rogoff adviertan que estas acciones podrían acelerar el declive del dólar como moneda dominante, lo que tendría implicaciones significativas para la economía estadounidense.
La administración Trump presenta a EE. UU. como un benefactor global que proporciona seguridad y estabilidad financiera, mientras busca que otros países compartan los costos de mantener este sistema.
Sin embargo, esta narrativa ha sido criticada por ocultar las ventajas que EE. UU. obtiene de su posición dominante y por resistirse a reformas que podrían democratizar el sistema económico internacional.
La visión donde EE.UU. se siente perjudicado por un sistema del que otros se han beneficiado, y busca reconfigurarlo a su favor, haciendo que otros países asuman una mayor carga o ajusten su comportamiento económico según los términos dictados por EE.UU.
La visión de Trump y su equipo redefine el rol de Estados Unidos en la economía global desde una perspectiva de costos internos percibidos como desproporcionados, hacia una estrategia activa para que otros países asuman una mayor parte de la carga financiera asociada a los bienes públicos (seguridad y moneda/finanzas) que, según ellos, EE.UU. proporciona al mundo.
Su enfoque en las negociaciones comerciales, caracterizado por la unilateralidad y el uso estratégico de aranceles, parece ser una manifestación directa de esta nueva filosofía política o «zanahoria y garrote» del siglo XXI.