En su reciente visita a la Casa Blanca, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu reiteró en su discurso que una soberanía palestina plena no solo es inviable, sino una amenaza.
“Cualquier futuro Estado palestino sería una plataforma para destruir Israel”, declaró textualmente, señalando el ataque de Hamas en octubre de 2023 como evidencia .
Este rechazo categórico contrasta con décadas de apoyo declarado —quizá táctico— a la solución de dos Estados. Desde 2009, Netanyahu ha oscilado públicamente entre respaldarla (condicionada a desmilitarización palestina y control israelí) o rechazarla de plano.
En marzo de 2015, llegó a afirmar: “Si creo un Estado palestino y entrego tierra, será usada para ataques (…) contra el Estado de Israel”
Promesas de paz vs. hechos en el terreno

Mientras el gobierno de Israel insiste públicamente en que está comprometido con la «paz duradera» y el «proceso de dos Estados», sus acciones sobre el terreno desmienten cada palabra.
El asedio militar a Gaza, que ha dejado decenas de miles de muertos incluyendo miles de niños, es sido calificado como genocidio. No se trata solo de cifras: se han documentado bombardeos deliberados sobre hospitales, escuelas y campos de refugiados, así como el uso sistemático del hambre como arma de guerra, algo que viola el derecho internacional humanitario.
Continúa la expansión: solo este mayo, Israel promovió 22 nuevas colonias en Cisjordania, incluyendo proyectos en Jerusalén Este y la región del E1 —territorios clave para garantizar la viabilidad de un futuro Estado palestino .
Es decir, mientras habla de una futura «autonomía» palestina, Israel destruye esa posibilidad en tiempo real: colonias ilegales siguen expandiéndose en Cisjordania, las detenciones arbitrarias aumentan, y los desplazamientos forzados de comunidades enteras se han convertido en una rutina.
Netanyahu dejó claro que no aceptará una soberanía palestina real, pues, en sus palabras, «sería una plataforma para destruir a Israel». Esta postura revela que la narrativa de los dos Estados no es más que una herramienta de distracción diplomática mientras se consolida un dominio absoluto.
Prueba de ellos son las constantes anexiones encubiertas. El gabinete israelí, aprobó autorizar miles de viviendas en territorios ocupados justo tras votaciones de la ONU que apoyaban la creación de un Estado palestino, una forma de sabotear tales resoluciones.
Asimismo los desplazamientos de facto en Gaza. El ministerio de Defensa sionista plantea mover a cientos de miles de palestinos a zonas cerradas —denominadas “ciudades humanitarias”— donde podrían quedar atrapados. ONU y ONGs advierten que esto equivale a expulsión forzada.
Pese a estos hechos, Naciones Unidas apenas logra imponer sanciones efectivas. Por ejemplo, en 2012 la Asamblea General reconoció el Estado palestino (Resolución 67/19), pero Israel siguió adelante con construcciones, justificándose en que esas decisiones obstaculizan el proceso negociador.
El sionismo: Retórica versus realidad

Mientras se firma comunicados y discursos diplomáticos, en Cisjordania y Jerusalén siguen creciendo los asentamientos. Netanyahu aceptaría únicamente “autonomía”, no soberanía; además propone la emigración de palestinos de Gaza, apoyando ideas que muchos ven como limpieza étnica .
Asimismo, resoluciones y fallos son repetidamente ignorados por el Estado israelí y su gobierno, que mantiene una estrategia de hechos consumados.
Israel, bajo el liderazgo de Netanyahu, mantiene una doble estrategia: apoya la ficción de una solución de dos Estados mientras realiza acciones concretas que la hacen imposible.
Las declaraciones de que un Estado palestino sería una amenaza no solo minan la confianza hacia cualquier proceso diplomático, sino que también evidencian la motivación real: control total del territorio y seguridad para Israel, sin soberanía palestina legítima.
La hipocresía alcanza niveles grotescos cuando Israel convoca a la comunidad internacional a “preservar la democracia en Oriente Medio”, al mismo tiempo que impone un régimen de apartheid, según organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
Estados Unidos, principal aliado de Israel, por cuanto sus políticos incluyendo al presidente Trump son patrocinados por ellos, ha sido cómplice activo de esta estrategia de destrucción sistemática al proporcionar respaldo diplomático, militar y económico incondicional. A pesar de las múltiples denuncias por crímenes de guerra y posibles actos de genocidio, Washington continúa vetando resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU que buscan frenar la ofensiva israelí o reconocer de forma efectiva la soberanía palestina.
Esta protección permanente permite a Israel actuar con total impunidad, sabiendo que sus actos no tendrán consecuencias reales. El discurso estadounidense sobre derechos humanos y soluciones de dos Estados se vuelve vacío cuando, en la práctica, financia y arma a un Estado que socava cada día esa misma solución.
Hablar de dos Estados mientras se ejecuta un castigo colectivo y se exterminan las bases materiales de un Estado palestino es más que una contradicción: es parte estructural de una estrategia genocida, una que despoja a todo un pueblo de su tierra, su historia y su derecho a existir.