La voz del cantante Arturo Suárez, que fue silenciada injustamente por las rejas del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en El Salvador, ha dado un giro inspirador y ahora resuena con fuerza en los escenarios de la Ruta Live de Bachilleres, donde su historia se convierte en un testimonio del renacimiento personal y del auge de la industria musical venezolana.
Luego de lograr su libertad y su retorno a Venezuela, Suárez, ahora, es parte de este importante evento, como un reflejo de su esfuerzo y de la creación de una nueva era para los artistas del país.
En una entrevista para Multimedios VTV, el artista explicó que no solo celebra su propia transformación, sino que también aplaude el desarrollo de la música en su nación, por lo que afirmó estar “muy contento por lo que se están haciendo en mi país, porque estamos creando industria». Del mismo modo, destacó la evolución del talento y las oportunidades en Venezuela.
La presencia de Arturo Suárez en la Ruta Live de Bachilleres simboliza una segunda oportunidad y la capacidad del arte para trascender barreras, al demostrar que el talento y la perseverancia pueden abrir nuevos caminos.
Arturo Suárez: «En el Cecot estaba prohibido cantar»
Arturo, músico, de 33 años, con el nombre artístico de SuarezVzla, estaba grabando su tema TXTEO el día en que las autoridades del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) irrumpieron en una casa de Raleigh, Carolina del Norte, y cargaron con un grupo de 10 venezolanos, incluido Arturo.
En más de una ocasión, los oficiales del Cecot les fueron encima a Arturo por atreverse a entonar unas letras. Solo se lo permitían cuando el pastor López llegaba al Módulo 8 en las mañanas o las tardes, y lo buscaba a él para que lo acompañara con la alabanza. Hay una en particular que dice así: “Que nada mate tu fe, que nada te haga dudar, porque ya falta muy poco para que vuelvas a tu hogar”.
Nunca pararon de darles golpes, “a puño limpio”, dice Arturo. Un oficial le propinó uno tan fuerte por el centro del rostro que rompió sus lentes, y Arturo, miope, tuvo que ver borroso todos esos meses, en que los dolores de cabeza provocados por su mala visión se convirtieron en insoportables episodios de migraña.
Arturo la escribió con un jabón en la superficie metálica de su litera, donde durmió por 125 días sin sábanas, almohadas o colchón, con la espalda pegada al latón y unos zapatos debajo de la nuca. En la celda 31 eran ocho, que llegaron a conocerse tanto, tan íntimamente, que dice Arturo que no solo se hicieron familia, sino que allí dentro perdieron el pudor.
“Estoy consciente de que no era un estatus legal, pero sí una entrada legal al país”, asegura Arturo, quien se ganó la vida pintando casas o cortando césped mientras vivió en Estados Unidos. Esa noche en Raleigh, supo que algo raro estaba por venir, pero nunca que terminaría en una cárcel de máxima seguridad en El Salvador.
La vuelta a casa
Sobre las siete de la noche del 18 de julio aterrizaron en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, tras ser canjeados por 10 estadounidenses detenidos en el país sudamericano.
Después de casi 48 horas retenidos por las autoridades de su país para hacerles todo tipo de exámenes físicos y psicológicos, a Arturo lo esperaban sus tres hermanos: “Tenía tiempo sin verlos”, dice. “Cuando los abracé, me sentí en casa, me sentí seguro”.

En la casa de Caracas, detrás de un cartel colorido que dice “Bienvenido Arturo”, el músico entona el tema Amor y control, del mítico cantautor panameño Rubén Blades. “Es la canción que más me pedían en el Cecot”, dice. Arturo supo tras su llegada a casa que el propio Blades, también abogado, se expresó públicamente sobre su caso, denunciando “la manera arbitraria como en ocasiones se aplica la ley”.
