En un eco de la política exterior estadounidense de hace casi dos décadas, las recientes declaraciones del presidente Donald Trump sobre la posibilidad de recuperar la base aérea de Bagram en Afganistán han reabierto una herida geopolítica que parecía cerrada.
Trump, conocido por sus políticas de «Estados Unidos Primero», ha argumentado que el abandono de Bagram en 2021 fue un error estratégico que entregó un activo militar inestimable a los talibanes y, con él, la influencia en una región crucial.

Bagram no es una base militar cualquiera. En su apogeo, fue un símbolo del poderío estadounidense, un centro logístico autosuficiente que albergaba a decenas de miles de soldados y funcionaba como el epicentro de la lucha «contra el terrorismo» en la región.
Su ubicación estratégica, a solo una hora de Kabul, no solo la hacía vital para las operaciones en Afganistán, sino que también la convertía en un punto de vigilancia clave sobre Irán, Asia Central y, lo más importante, las regiones occidentales de China.
Para Trump y sus partidarios, la base es una herramienta necesaria para contrarrestar la creciente influencia de China en la región y para mantener a raya a grupos terroristas como el ISIS-K. La retórica de una «recuperación» no solo apela a la nostalgia del poderío militar, sino que también se alinea con la estrategia de contener a Beijing, un pilar de su política exterior.

Sin embargo, las intenciones de Trump han chocado con una realidad geopolítica que ha cambiado radicalmente desde 2021. Los talibanes, que ahora controlan Afganistán, han respondido con una negativa rotunda.
«Un acuerdo, aunque sea sobre una pulgada del suelo de Afganistán, es imposible», ha declarado un alto funcionario talibán. Para ellos, la base de Bagram es un «botín de guerra» y un símbolo de su victoria y de la soberanía recuperada.
Cederla a los mismos que combatieron durante 20 años sería una humillación y una traición a los principios de su gobierno. La postura de los talibanes es un recordatorio de que su gobierno, a pesar de su aislamiento, no está dispuesto a negociar su independencia.

Por su parte, China, un actor cada vez más influyente en la región, ha reaccionado con cautela, pero con una advertencia clara. El Ministerio de Asuntos Exteriores de China ha evitado el lenguaje confrontacional, pero ha subrayado que «la decisión debe recaer en el pueblo y el gobierno afgano» y ha instado a todas las partes a «desempeñar un papel constructivo para la paz y la estabilidad regional».
Esta postura diplomática es una señal de que Beijing considera que un regreso de Estados Unidos a la base de Bagram sería una medida desestabilizadora y una amenaza directa a sus intereses en la región, especialmente a su «Iniciativa del Cinturón y la Ruta» (BRI) y a la seguridad de la región china de Xinjiang.
El BRI en la mira de Trump por eso dese Bagram

La base aérea de Bagram es un punto de gran interés para China debido a su importancia estratégica en relación con la «Iniciativa del Cinturón y la Ruta» (BRI, por sus siglas en inglés), el megaproyecto de infraestructuras de China. La presencia militar estadounidense en Bagram sería un serio revés para los ambiciosos planes chinos en la región.
La BRI busca conectar China con Europa, Asia y África a través de una vasta red de carreteras, ferrocarriles, puertos y oleoductos. Afganistán es un país central en esta red. La base de Bagram está ubicada en una posición que permitiría a Estados Unidos monitorear y, potencialmente, interferir con las rutas terrestres que China intenta desarrollar en Asia Central.
Para Beijng, esto reviste amenaza a la seguridad de sus inversiones y a la viabilidad de sus proyectos en la región.
La estabilidad es la base de la BRI. China necesita un entorno seguro y predecible para construir sus proyectos y asegurar el flujo de mercancías. La presencia militar de Estados Unidos en Afganistán, un país históricamente inestable, podría reavivar las tensiones y el conflicto, lo que haría inviable cualquier proyecto de infraestructura a largo plazo.
China ha estado invirtiendo y estableciendo relaciones con el gobierno talibán precisamente para asegurar la estabilidad necesaria para sus planes.
Afganistán comparte una pequeña pero crucial frontera con la provincia china de Xinjiang, una región estratégicamente importante para China debido a su papel en las rutas de la seda y por ser hogar de la minoría uigur.
China tiene un interés primordial en evitar que grupos extremistas de Afganistán, como el Movimiento Islámico de Turquestán Oriental (ETIM), se infiltren en Xinjiang. Una presencia militar estadounidense en Bagram sería vista por el gigante asiático como una forma de potenciar la inestabilidad en la frontera.

Asimismo, Afganistán posee vastos depósitos de litio, cobre y otros minerales raros que son esenciales para la industria tecnológica y la transición energética, áreas en las que China busca el liderazgo global.
A través de la BRI, China quiere asegurar el acceso a estos recursos para alimentar su crecimiento económico. El control de la base de Bagram por parte de Estados Unidos podría obstaculizar la capacidad de China para negociar y explotar estos recursos.
La posibilidad de que Estados Unidos recupere la base de Bagram ha puesto de manifiesto la complejidad de la situación en Afganistán y ha revelado las profundas divisiones entre las potencias globales.
Mientras Trump la ve como una pieza clave en el ajedrez geopolítico, los talibanes la consideran un símbolo de su independencia y China la percibe como una amenaza a su propia seguridad y ambiciones regionales.
La base, una vez un simple centro militar, se ha convertido en el epicentro de un nuevo enfrentamiento geopolítico en Asia Central.