Donald Trump recibió este lunes en la Casa Blanca al recién instaurado líder sirio, Ahmed al-Sharaa, en un giro diplomático que algunos califican de falta de coherencia. Al-Sharaa, que fue comandante insurgente y estuvo anteriormente ligado a grupos extremistas, fue presentado por Trump como “un fuerte líder” en una visita histórica: es el primer presidente sirio invitado formalmente a Washington desde la independencia de Siria en 1946.
Por otro lado, el presidente Trump ha sido duramente crítico con otras figuras de Oriente Medio, como el recién electo alcalde de Nueva York Mamdani, a quien ha atacado públicamente. Sin embargo, en el caso de Siria, estrecha la mano de alguien con un pasado mucho más comprometido, lo que expone una profunda disonancia entre sus discursos y acciones.
“Hemos tenido un pasado difícil… este es un país que puede tener éxito” dijo Trump refiriéndose a Siria.

¿Qué sucede realmente en esta mesa de negociación de Trump?
Siria, bajo el liderazgo de al-Sharaa, ha sido invitada a unirse formalmente a la coalición internacional liderada por EE.UU. contra el Estado Islámico.
Estados Unidos y la ONU han levantado sanciones impuestas a Siria tras el derrocamiento del régimen de Bashar al‑Assad — incluyendo la eliminación o suspensión de la designación de “terrorista” para al-Sharaa— un cambio radical en la postura oficial.
El objetivo declarado de Trump es relanzar la reconstrucción de Siria y reabrir canales económicos para atraer inversiones extranjeras.
Trump critica duramente a ciertos activistas/dirigentes regionales (como Mamdani) por sus posturas o vínculos, mientras muestra un trato cordial y legitimador hacia un ex-militante insurgente de alto perfil.
El discurso estadounidense ha sido de “lucha contra el terrorismo” y “protección de los derechos humanos”, pero al mismo tiempo abre la puerta a un líder que hasta hace poco estaba sancionado.

La rapidez con que se flexibilizan las sanciones frente a Siria contrasta con el rigor que Trump exige a otros actores, lo que genera la impresión de que los principios son aplicados de forma selectiva y conforme a intereses estratégicos.
El encuentro marca un hito diplomático que podría redefinir la política de EE.UU. hacia Siria y el Oriente Medio. Pero también abre interrogantes sobre la integridad y coherencia del discurso de Trump:
¿Se trata de un giro real hacia la paz y la reconstrucción, o simplemente de una estrategia oportunista para reposicionar políticamente a Washington en la región?
Para muchos observadores, la cercanía solo refuerza la percepción de que los valores democráticos y de derechos humanos son supeditados a cálculos geoestratégicos cuando conviene.

