Sergio Rodríguez Gelfenstein
La reciente reunión entre los presidentes de Rusia y Estados Unidos en Alaska tiene connotaciones que superan las relaciones bilaterales y se adentran en una perspectiva de interés global. Vale decir para comenzar este análisis que el solo hecho de que los mandatarios de las dos principales potencias nucleares se reúnan cara a cara para dirimir diferencias, encontrar puntos en común y buscar solución a los conflictos, transmite cierto sosiego a nuestro atribulado planeta.
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Es menester recordar que no estamos en la guerra fría cuando en el marco de un sistema internacional bipolar, las victorias de uno significaban derrotas del otro y viceversa. De ahí que el hecho de retomar el diálogo y la negociación como métodos de tramitación de las controversias, debe ser saludado y aplaudido.
Previo al encuentro propiamente tal de los presidentes, hubo una serie de asuntos de carácter simbólico que fueron creando una atmósfera positiva para este. En primer lugar, la decisión del presidente Putin de hacer una escala en la ciudad de Magadán en el extremo oriente ruso para rendir homenaje a los “Héroes de Alsibe” (Alaska-Siberia), pilotos soviéticos y estadounidenses que cooperaron durante la 2da. Guerra Mundial, enviaba una señal amistosa horas antes de la reunión. Putin depositó una ofrenda floral en el monumento a la cooperación de los dos países para enfrentar el expansionismo japonés en el Pacífico y el Asia Oriental durante la conflagración de mediados del siglo XX.
Putin voló 11 horas y atravesó 8 husos horarios para llegar a Magadán y estuvo listo para llegar a Anchorage -ciudad de Alaska donde se desarrollaría la reunión- casi simultáneamente con Trump. Ya estaba más cerca. Magadán y Anchorage están a cuatro horas de vuelo. Trump también hizo lo suyo. Voló 8 horas desde Washington y, como anfitrión, llegó un poco más temprano que su invitado. Sin que fuera necesario, ordenó a su protocolo desplegar una alfombra roja, símbolo de majestuosidad y también sin que el ceremonial lo indicara, esperó a su colega ruso en la propia loza del aeropuerto en Alaska. Se había creado un ambiente de confianza y armonía que contrastaba con la tirantez y el espíritu confrontacional del pasado reciente.
No finalizaron ahí las muestras de camaradería. Putin saludó a Trump diciéndole “Buenos días, vecino”. Estaba aludiendo a que en el Estrecho de Bering la distancia entre las islas Diomedes Mayor, rusa y Diomedes Menor, estadounidense, es de solo 3.8 Km. Por su parte entre el distrito autónomo de Chukotka extremo oriental del continente asiático ruso y el borde occidental del continente americano estadounidense en Alaska, hay solo 85 km. Extrañamente, aunque la distancia entre las dos islas es pequeña, hay una diferencia horaria de 21 horas entre ellas. Por eso Putin salió del territorio de su país alrededor de las 8 de la mañana del día 16 y llegó a Alaska pocos minutos después, cuando en el lugar de la reunión eran alrededor de las 11 de la mañana del día 15.
El presidente ruso agradeció al estadounidense por el extremo cuidado que han tenido las autoridades de Alaska en conservar el cementerio donde reposan los restos de nueve pilotos, dos militares y dos civiles soviéticos que cooperaron con Estados Unidos en la “Operación Préstamo y Arriendo” mediante la cual Estados Unidos ayudó a la Unión Soviética durante la guerra.
Como hecho curioso, es importante conocer que fue Rusia la que propuso que el encuentro fuera en Alaska cuando hubiera sido natural que la reunión se efectuara en territorio neutral. He ahí una señal de confianza de Putin hacia Trump, lo cual entrañaba sin embargo una importante concesión de Estados Unidos a Rusia, habida cuenta que Putin tiene orden de captura de la Corte Penal Internacional.
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Esta reunión en lo inmediato, ha significado que además de las invitaciones a Putin ya confirmadas para visitar India a finales de este mes y China a comienzos de septiembre, se ha sumado la de Corea del Sur para participar en la Cumbre de Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) a realizarse en la ciudad de Gyeongju del 31 de octubre al 1° de noviembre de este año
Alaska fue territorio soberano de Rusia hasta 1867 cuando fue vendida a Estados Unidos por el zar Alejandro II. Existe en el estado una elevada presencia cultural y religiosa rusa cuidadosamente atendida y respetada. Decenas de templos ortodoxos permiten la práctica de esa religión. Así mismo, la Universidad de Alaska Anchorage (UAA) además de tres importantes escuelas de esta ciudad imparten programas de estudio de idioma ruso sin ningún tipo de contratiempos, lo cual contrasta con la rusofobia y la persecución conservadora, reaccionaria y degradante de Europa que expresa su natural y tradicional barbarie civilizacional en contra de Rusia. Putin, sabía lo que hacía cuando propuso a Alaska como lugar de reunión. No sólo no fue capturado, fue recibido con los más altos honores de jefe de Estado en la alfombra roja del protocolo estadounidense.
Aunque en la reunión en Alaska se tocaron temas de coyuntura, lo verdaderamente importante fueron los asuntos de carácter estructural que se debatieron, toda vez que ellos apuntan a la construcción de un nuevo orden internacional. Originalmente la reunión estaba pautada con la participación de cuatro integrantes por cada delegación, además de los presidentes. Sin que se hayan dado a conocer las razones, ese número se redujo para que los mandatarios estuvieran acompañados por solo dos altos funcionarios.
En el viaje a Alaska, la delegación estadounidense estaba conformada por los secretarios de Comercio y del Tesoro, no así por el de Defensa. De esta manera había una clara señal de Trump acerca de cuales eran los temas prioritarios. No lo era el aspecto militar, la guerra en Ucrania incluida. Junto a Putin estaban el canciller Serguei Lavrov y el asesor de la presidencia para política exterior Yuri Ushakov. Llamó la atención que a Trump lo acompañaran el secretario de Estado Marco Rubio y el enviado especial Steve Witkoff cuya investidura, es jerárquicamente inferior a la de Rubio pero ocupó un lugar preeminente en los debates. Esta situación se repetiría posteriormente en la reunión del lunes 18 con los líderes europeos. No deja de ser otra señal importante lanzada por Trump.
De todas maneras se habló de Ucrania. Aquí nuevamente Putin salió victorioso toda vez que la principal propuesta europea, que -de alguna manera- había sido asumida por Trump, fue definitivamente desechada: no habrá alto al fuego, si Ucrania y Europa lo aceptan, en el futuro, lo único que cabe es un acuerdo de paz con garantías de seguridad recíprocas o nada. Es lo único que Rusia está dispuesta a negociar.
Sus demandas se mantienen incólumes y hoy han sido asumidas por Estados Unidos: desmilitarización de Ucrania, lo cual incluye desistir de la incorporación de ese país a la OTAN y a la presencia de soldados de esta organización terrorista en su territorio; desnazificación, eliminando las organizaciones nazi fascistas que forman parte del Estado ucraniano y, finalmente, reconocimiento de la incorporación de las provincias de Donetsk, Lugansk, Zaporozhie y Jersón, además de Crimea y Sebastopol a Rusia. Eso significa el 22,5% del antiguo territorio ucraniano o lo que es lo mismo 136.000 km²una superficie mayor que la de Países Bajos, Bélgica, Dinamarca y Luxemburgo unidos. A cambio, Rusia está dispuesta a devolver los 1.700 km² que ha ocupado en las provincias de Sumi y Járkov en el norte de Ucrania con el objetivo de crear un escudo de seguridad a sus provincias limítrofes.
De esto fue lo que conversó Trump con Zelenski y los líderes europeos el lunes en la Casa Blanca. Ellos, no pudieron más que limitarse a escuchar y acatar vergonzosamente como ya es tradicional. De esta manera quedaron fuera de la posibilidad de participar de una propuesta que ponga fin al conflicto en de Ucrania. En caso de que Europa decida dar continuidad a la guerra, apoyando militarmente a Kiev deberá desembolsar 100 mil millones de dólares que no tiene para comprar armas a Estados Unidos que a su vez, no tiene capacidad de producirlas ni en el corto ni en el mediano plazo a fin de suministrarlas a un ejército ucraniano mermado en cuanto a sus posibilidades de reposición del recurso humano.
Trump y los militares estadounidenses saben que Ucrania no tiene ninguna posibilidad de ganar este conflicto, además sus agencias de inteligencia han informado al presidente que Rusia ha diseñado este enfrentamiento como una guerra de desgaste, no solo de Ucrania, de toda Europa y que su continuidad seguirá debilitando la economía del Viejo Continente, pudiendo afectar a Estados Unidos. De ahí que en el marco de su natural pragmatismo, no vea necesario seguir apoyando a Ucrania, país que visualiza como “un barril sin fondo”.
En el plano estratégico que es lo que verdaderamente importante, esta Cumbre ha traído trascendentes acuerdos. En primer lugar, se habló de discutir nuevamente lo relacionado al control del armamento nuclear, retomando la posibilidad de firmar nuevos tratados que den continuidad a los que se rubricaron en tiempos de la Unión Soviética estableciendo una limitación para armas nucleares de pequeño, mediano y gran alcance y que fueron abandonados paulatinamente por las últimas administraciones estadounidenses, en particular por la de Biden. De confirmarse esta noticia, la humanidad podría dormir un poco más confiada, toda vez que se alejaría la posibilidad de una tercera guerra mundial, que indudablemente tendría carácter termonuclear.
En segundo plano, se discutió la posibilidad de cooperación en el Ártico donde Rusia tiene una evidente ventaja con su gran flota de rompehielos atómicos frente a solo dos de Estados Unidos, bastante antiguos por cierto. La posibilidad de utilizar esta vía como ruta de transporte durante todo el año acorta los viajes en casi dos semanas desde el lejano oriente a Europa en comparación con la ruta por el estrecho de la Malaca, el Océano Índico y los mares Rojo y Mediterráneo, con todos los riesgos que además tiene hoy esa ruta.
Por otra parte, el cambio climático ha producido deshielos que han develado gran cantidad de recursos que potencialmente podrían aportar productos minerales, energéticos y alimenticios que existen en abundancia en el llamado “continente blanco”. De ahí que la posibilidad de que Rusia y Estados Unidos cooperen en esta región es una buena noticia para ellos y para la humanidad. Para Estados Unidos además, es una necesidad vital. Eso es lo que explica toda la parafernalia armada por Trump tras su llegada al poder y las amenazas de apoderarse de Groenlandia e incorporar a Canadá a la unión norteamericana creando fuertes tensiones con dos de sus principales aliados.
Otra área de cooperación entre los dos países que se mencionó en las conversaciones está vinculada a la posibilidad de aumentar lo que llamaron contactos interregionales entre el Extremo Oriente ruso rico en petróleo, gas, diamantes, madera y pesca, y la costa del Pacífico de Estados Unidos donde se ubican Silicon Valley, centro global de alta tecnología y la ciudad de Seattle, áreas de gigantesco potencial económico, científico, industrial y sobre todo tecnológico por la existencia de grandes empresas industriales tradicionales y empresas de internet y tecnología de la nueva economía, así como empresas de servicios, diseño y tecnologías limpias .
Esta decisión podría estar definitivamente sepultando al Atlántico Norte como eje de la dinámica política y económica mundial, transformando -por el contrario- al Pacífico Norte, al igual que al gran espacio terrestre euro asiático, en los nuevos motores de la dinámica global. Tal vez estemos asistiendo a la creación de Organización del Tratado del Pacífico Norte de carácter económico y comercial por oposición a la OTAN de clara orientación belicista y agresiva.
Finalmente, esta reunión desplaza definitivamente a Europa como actor relevante en el escenario internacional. A pesar que el conflicto ucraniano se desarrolla en territorio europeo, las instituciones de ese continente, bajo la dirección de una camada de líderes mediocres, ignorantes y pequeños políticamente hablando, han sido incapaces de buscar y ofrecer soluciones al conflicto. Ahora están limitados a escuchar y aprobar las decisiones de Estados Unidos, ya no solo en el plano militar como miembros de la OTAN, también en lo político y económico, sectores en los que tomaron desastrosas decisiones que han llevado a Europa a perder su abastecimiento energético seguro y barato desde Rusia, a limitar su desarrollo industrial y tecnológico, a someter a sus pueblos a la inflación el desempleo, la recesión y el estancamiento económico y a debilitar sus capacidad de defensa y seguridad, todo lo cual ahora está en manos extranjeras.
Sin ánimo de ser tremendista, me atrevo a decir que en Alaska se firmó el acta de defunción de Europa como actor protagónico del sistema internacional. Si líderes europeos fueron parte activa en la consolidación del orden internacional generado tras el fin de la segunda guerra mundial, hoy, ninguno de ellos tiene la menor relevancia en el nuevo orden que está emergiendo. Europa participó en Yalta y Potsdam en 1944-45. Europa no participó en Alaska 2025
Este nuevo orden incluso “amenazaba” con dejar fuera a Estados Unidos. Trump se dio cuenta y está tomando decisiones, claro, desde una perspectiva imperialista y supremacista, pero sabe que ahora tiene contrapesos y tiene que negociar. Tal vez, en su desquiciada y soberbia mentalidad egocéntrica de niño rico, haya comprendido que estar amenazando y vociferando sandeces de todo tipo, no tiene espacio cuando al frente tiene países serios y responsables dirigidos por líderes que representan el honor y la dignidad de sus pueblos.
En cualquier caso, no tengo dudas de que las decisiones tomadas en Alaska tendrán repercusiones en toda la dinámica internacional. Mientras tanto, tras su regreso a Moscú, el presidente Putin se apresuró a comunicarse personalmente e informar de su reunión con Trump a sus colegas de los países BRICS originales: China, India, Brasil y Sudáfrica. Esa es también una señal de los nuevos tiempos.