Pekín condenó la ofensiva estadounidense contra sitios nucleares iraníes, mientras proyectó su imagen como garante de estabilidad global y vigiló de cerca el impacto económico del conflicto.
China avanzó mientras los misiles cruzaban los cielos de Medio Oriente tras los bombardeos estadounidenses del pasado domingo contra instalaciones nucleares iraníes, y lo hizo estratégicamente en el terreno diplomático.
En lugar de involucrarse militarmente, optó por reforzar su influencia global al presentar a Estados Unidos como una potencia desestabilizadora y a sí misma como garante de la paz y el orden internacional.
“El ataque de Estados Unidos contra Irán fue una grave violación de la Carta de las Naciones Unidas”, denunció Guo Jiakun, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, al referirse a los ataques del 22 de junio contra la instalación de enriquecimiento de Fordow, según imágenes satelitales difundidas.

Beijing, como principal socio comercial de Irán y destino de gran parte de sus exportaciones petroleras, observó con inquietud el posible cierre del estratégico estrecho de Ormuz, una acción que podría haber desatado un caos en los precios globales del petróleo.
“Un aumento en los precios del petróleo y el gas ejercería presión sobre la economía china. Empeoraría la inflación”, explicó Ja Ian Chong, politólogo de la Universidad Nacional de Singapur.
Aunque China no ofreció una mediación directa como en ocasiones anteriores, su postura diplomática le permitió ganar espacio. “Mientras existiera la posibilidad de más ataques militares por parte de EE.UU., el efecto diplomático sería el mismo”, señaló Wen-Ti Sung, investigador del Atlantic Council, quien destacó cómo cada incursión estadounidense fortalecía la narrativa de BEijing en el escenario internacional.
Según el embajador chino ante la ONU, Fu Cong, “la credibilidad de EE.UU. se ha dañado” tanto como país como en su papel de actor confiable en negociaciones internacionales, lo que reforzó la imagen de China como interlocutor válido y responsable.
En 2023, China ya había obtenido un triunfo diplomático al mediar en la reconciliación entre Irán y Arabia Saudita. Aunque en esta nueva crisis su respaldo a Teherán fue principalmente retórico, logró reforzar su imagen en el “Sur Global”, impulsando la narrativa de que EE.UU. representa una amenaza constante a la estabilidad.