El conflicto perpetuo entre India y Pakistán tiene su inicio desde 1947, el Imperio Británico abandonó el subcontinente indio dejando una división tan calculada como trágica: la creación de India y Pakistán. La separación, que debía ofrecer una solución pacífica a las tensiones entre hindúes y musulmanes, provocó uno de los mayores desplazamientos humanos de la historia.
Millones de personas cruzaron las nuevas fronteras, empujadas por el miedo, la violencia y la desesperación. La partición no solo separó territorios sino que quebró comunidades enteras y encendió un conflicto que sigue ardiendo casi ocho décadas después.
La tensa relación entre ambas naciones no puede entenderse sin considerar una serie de acontecimientos dinámicos tanto a nivel regional como internacional, que han moldeado y exacerbado las disputas heredadas de la era colonial.
Una frontera trazada con sangre

La génesis del conflicto actual se encuentra en la traumática independencia y partición de la India británica en 1947. La retirada del Imperio británico, descrita como «apresurada» y caótica, dejó «heridas abiertas» y lo que algunos llaman «errores históricos».
El gobierno británico en Londres favoreció la fragmentación, interpretado por algunos como una recompensa a los musulmanes indios leales y una política de «divide y vencerás» que había fomentado rivalidades religiosas y étnicas durante más de un siglo.
Aunque la división inicial se basó en una lógica de separación religiosa, creando un estado de mayoría hindú (India) y otro de mayoría musulmana (Pakistán), esta resultó en comunidades religiosas significativas en el lado opuesto de la frontera, además de dividir a la propia comunidad musulmana en dos territorios no contiguos (Pakistán Occidental y Oriental).
La determinación de la frontera (la Línea Radcliffe) fue llevada a cabo por un abogado sin conocimiento local. La partición provocó una de las mayores migraciones humanas de la historia y una violencia sin precedentes, incluyendo masacres.
Las fuentes señalan que, aunque la división tuvo una base religiosa inicial, el conflicto actual no es exclusivamente religioso. La religión se ha instrumentalizado con otros propósitos, como movilizar apoyo social y justificar acciones, particularmente en relación con Cachemira.
Religión como frontera ideológica

Más allá de las fronteras físicas, la religión ha servido como línea divisoria entre visiones opuestas del Estado y la identidad nacional. En India, a pesar de su carácter constitucionalmente laico, crece la influencia del nacionalismo hindú.
La llegada al poder del BJP (Partido Bharatiya Janata) intensificó los discursos que vinculan la identidad india con la religión hindú, lo que viene generando tensiones con las minorías musulmanas y cristianas, la violencia interreligiosa, como los ataques a iglesias o las campañas contra la conversión.
Pakistán, nacido como refugio para los musulmanes del subcontinente, también ha visto cómo las minorías religiosas —hindúes, cristianos, ahmadíes— enfrentan discriminación sistemática. El uso de leyes sobre blasfemia, las conversiones forzadas y los atentados contra templos revelan un país donde la convivencia religiosa es frágil. Tanto en India como en Pakistán, la religión dejó de ser solo una creencia para convertirse en arma política y símbolo de exclusión.
Partición: ¿error apresurado o cálculo imperial?

El relato oficial de la «Partición de la India» en 1947 habla de una retirada precipitada, una urgencia por desmantelar un imperio agotado. Pero una mirada más crítica revela algo más: una estrategia calculada.
Al dividir el subcontinente en India y Pakistán bajo líneas religiosas —y al dejar regiones como Cachemira en disputa— los británicos no solo abandonaron el territorio, sembraron el terreno para décadas de conflictos.
El trazo de la Línea Radcliffe no respondió a criterios culturales ni geográficos sólidos, sino a un diseño colonial que premiaba el caos. Comunidades mixtas fueron partidas, rutas comerciales interrumpidas, y los odios latentes, inflamados. Lo mismo ocurrió en Palestina, en Sudán, y también en América del Sur, donde la disputa por el Esequibo entre Venezuela y Guyana —otra ex colonia británica— muestra patrones inquietantemente similares: se va el imperio, pero queda la pugna sembrada.
En Cachemira, la historia se repitió con precisión quirúrgica. Un territorio musulmán, gobernado por un monarca hindú, quedó fuera de la lógica binaria impuesta por Londres. El resultado fue inmediato: una guerra entre los recién nacidos India y Pakistán, y una región que hasta hoy vive bajo ocupación militar, vigilancia permanente y resentimiento acumulado.
Cachemira, hoy: el precio del diseño imperial

La reciente escalada en Cachemira, tras un atentado en abril de 2025 y los bombardeos cruzados entre India y Pakistán, confirma que el conflicto no ha perdido vigencia. La región sigue siendo rehén de un pasado no resuelto y de una frontera dibujada más con la lógica del dominio.
La estrategia británica fue simple:en cada retiro dejaron un mapa roto, una disputa abierta, una bomba de tiempo. Cachemira y el Esequibo son solo dos ejemplos de ese legado imperial que sigue condicionando la política y la paz en múltiples regiones del mundo.
Tras el 11 Septiembre de 2001, Pakistán se convirtió en un aliado necesario de Estados Unidos, aunque la relación ha sido ambigua debido a las acusaciones de que los enemigos del gobierno afgano y las tropas estadounidenses encontraban santuario en territorio pakistaní.
La reciente retirada estadounidense ha devuelto protagonismo a Pakistán, que fue clave en las negociaciones, mientras India teme que un gobierno talibán muy dependiente de Pakistán ofrezca refugio a grupos armados que operan en territorio indio.
La dimensión nuclear añade un riesgo existencial al conflicto. Ambos estados desarrollaron programas nucleares –India tras el ensayo chino de 1964 y Pakistán tras el ensayo indio de 1974– lo que ha dificultado los esfuerzos de apaciguamiento.

La amenaza de una escalada nuclear está siempre presente. La dinámica geopolítica global actual parece estar debilitando las barreras contra la proliferación nuclear, y se mencionan rumores de posible colaboración nuclear entre Pakistán y Arabia Saudí.
La emergencia de Asia está impulsando una carrera de armamentos regional, con un aumento en la inversión militar y el material fisible. La adquisición por parte de India de sistemas de defensa antimisiles y sus ejercicios cerca de la frontera pakistaní generan alarma en Pakistán.
Esto ha llevado a Pakistán a desarrollar una estrategia de respuesta asimétrica, basándose en armas nucleares tácticas, a lo que India ha respondido declarando su disposición a utilizar armas nucleares estratégicas si Pakistán recurre a cualquier tipo de arma atómica.