Engelbert Alvarado/Analista
Más de dos décadas después del golpe de Estado del 11 abril de 2002 contra el entonces presidente Hugo Chávez, una parte del debate político venezolano vuelve a mirar aquel episodio como un antecedente inquietante para interpretar la coyuntura actual que enfrenta el Gobierno de Nicolás Maduro. La comparación se instala a partir de una cronología de hechos y movimientos que, para analistas y sectores del oficialismo, presentan similitudes difíciles de ignorar.
Abril de 2002: la antesala del quiebre.

En los días previos al golpe que derrocó brevemente a Chávez, líderes de la oposición venezolana convocaron a una masiva movilización con destino al Palacio de Miraflores. La marcha, inicialmente anunciada como pacífica, derivó en una situación de alta tensión cuando sus organizadores modificaron el rumbo y se aproximaron a la sede del Ejecutivo, donde ya se concentraban simpatizantes del chavismo.
Horas más tarde, comenzaron los disparos de francotiradores en zonas clave del centro de Caracas, con un saldo de muertos y heridos de ambos bandos, imágenes que dieron la vuelta al mundo y precipitaron el colapso institucional.

Mientras la violencia escalaba, varios de los principales dirigentes opositores se retiraron del lugar y buscaron refugio en canales de televisión privados, desde donde denunciaron una supuesta masacre y exigieron la salida del presidente.
Washington fue uno de los primeros en respaldar el cambio de poder. Un comunicado de la Casa Blanca afirmó entonces que Chávez había “renunciado”, versión que luego sería desmentida por los hechos. El efímero gobierno de facto se disolvió 48 horas después, tras una masiva movilización popular y el quiebre del apoyo militar.

El presente: presión externa y repliegue interno.
En 2025, Venezuela atraviesa un nuevo ciclo de tensión, marcado por sanciones, acciones militares de EE.UU. en el Caribe y el reciente asalto a un buque petrolero, calificado por Caracas como “piratería internacional”. En paralelo, se observa un fenómeno que alimenta las comparaciones históricas: la salida progresiva del país de figuras centrales de la oposición de derecha.

En las últimas semanas, dirigentes opositores han abandonado Venezuela alegando razones políticas, de seguridad o compromisos internacionales.
El caso más emblemático es el de María Corina Machado (firmante del acta de Pedro Carmona y el gobierno de facto de abril 2002), quien dejó el país en el contexto de actividades vinculadas al Premio Nobel de la Paz, un hecho que sus críticos interpretan como una cobertura simbólica ante un escenario de creciente confrontación.
A diferencia de 2002, no hay una movilización masiva convocada hacia Miraflores, pero sí un vacío visible de liderazgo opositor dentro del territorio nacional mientras EE.UU «rodea y bloquea navalmente a Venezuela»

El paralelismo que se plantea desde sectores bolivarianos no apunta a una repetición exacta de los hechos, sino a patrones recurrentes: aumento de la presión externa, denuncias de ilegitimidad del Gobierno, respaldo explícito o implícito de EE.UU. a la oposición y ausencia física de sus principales dirigentes en los momentos de mayor tensión interna.
En 2002, la violencia en las calles y la rápida reacción internacional fueron determinantes. Hoy, la confrontación parece desplazarse al terreno marítimo, económico y diplomático, con amenazas, bloqueos y uso de la fuerza desde el exterior.

En este contexto, surge una interrogante que recorre el debate político venezolano: ¿se prepara un escenario de agresión armada desde fuera del país, similar en su lógica a 2002, con líderes opositores resguardados en el extranjero a la espera de un cambio de poder inducido?
El Gobierno de Maduro sostiene que se trata de una estrategia conocida, mientras la oposición como en abril rechaza cualquier vínculo con acciones militares extranjeras pero las alimentan abiertamente desde el exterior.

Lo cierto es que la memoria de abril de 2002 sigue siendo un referente ineludible. Para muchos venezolanos, aquel episodio demostró cómo una combinación de presión internacional, desinformación y vacío de liderazgo interno puede desembocar en una ruptura institucional.

Hoy, la historia no se repite de la misma forma, pero sus ecos vuelven a resonar en un país que observa con cautela cada movimiento dentro y fuera de sus fronteras. Mientras tanto el pueblo venezolano anuncia que: «todo 11 tendrá su 13 de abril».

