La propuesta de paz para Ucrania promovida por la administración de Donald J. Trump ha desatado una ola de controversias internas en Estados Unidos, revelando una profunda pugna entre facciones “aislacionistas” y “atlanticistas” dentro del gobierno y el Congreso, que podría redefinir el papel global de Washington.
El lunes 26 de noviembre, la Casa Blanca y representantes ucranianos mantuvieron conversaciones en Ginebra para afinar un marco de paz. Según un comunicado conjunto, ambas partes “trabajaron de forma constructiva” y se comprometieron “a garantizar un acuerdo justo y duradero que respete la soberanía de Ucrania”.
Pero lejos de cerrar filas, el plan ha provocado críticas airadas dentro de la clase política estadounidense. Legisladores republicanos han denunciado que la propuesta —que según informes incluiría cesiones territoriales por parte de Kiev y limitaciones a su ejército— favorece demasiado a Moscú.

Uno de los más virulentos es el senado Lindsey Graham quien en plenas negociaciones para llegar a un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania para poner fin a la guerra tras casi cuatro años de conflicto armado, lanzó una clara advertencia sobre la necesidad de que la paz sea justa para Ucrania.
Graham ha subrayó que un potencial acuerdo de paz que acabe poniendo los intereses rusos por encima de los ucranianos «nos atormentaría a todos», ya que lo único que haría sería fomentar más invasiones militares en el futuro.
“Recompensar la agresión rusa sería catastrófico”, advirtió uno de los senadores más críticos, tras calificar el plan de “inaceptable”. Incluso algunos miembros de la propia administración han expresado su rechazo, generando una brecha que podría profundizarse de cara a las próximas elecciones intermedias.
Trump no está de acuerdo con Ucrania

Por su parte, la Casa Blanca defiende que la iniciativa fue diseñada exclusivamente por Washington —pese a que el texto incorpora exigencias previamente planteadas por el Kremlin— y afirma que constituye un “marco sólido” de negociación que busca terminar con la guerra sin eternizar el conflicto.
Desde la perspectiva de los “atlanticistas” —miembros del gobierno, parte del Congreso y sectores diplomáticos y mediáticos que favorecen el compromiso global estadounidense—, el plan sería una oportunidad de oro para reconfigurar la diplomacia tras años de desgaste por la guerra y las sanciones. Sostienen que un acuerdo de paz, aun con compromisos dolorosos, permitiría a EE. UU. enfocar recursos en otros desafíos globales y aliviar la carga financiera y política.
Sin embargo, los “aislacionistas” rechazan de plano cualquier compromiso que, según ellos, implique sacrificar la defensa de valores democráticos o el prestigio internacional de EE. UU. Alegan que ceder ante demandas territoriales de Rusia equivaldría a legitimar una agresión, debilitando a Ucrania y enviando señales peligrosas a aliados y antagonistas por igual.
El choque de visiones tiene también repercusiones en la opinión pública, donde sectores conservadores muestran una fuerte oposición a la entrega de garantías de seguridad o nuevos compromisos de defensa, mientras grupos progresistas y pro-Europa advierten que un mal acuerdo podría trastocar el orden internacional.

Por ahora, diplomáticos estadounidenses, europeos y ucranianos trabajan en una versión refinada del plan que preserve la identidad nacional de Ucrania y permita garantías de seguridad, aunque el futuro sigue incierto.
el intento de paz en Ucrania ha desnudado en Washington una pugna estratégica no solo por el conflicto ruso-ucraniano, sino por el modelo de liderazgo mundial que EE. UU. quiere seguir. El resultado de este debate podría marcar su rol en el orden global para la próxima década.

