La entrega del Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado (@MariaCorinaYA) ha desatado una tormenta de cuestionamientos éticos y políticos que no pueden ser ignorados. Lejos de representar un consenso global acerca de la Paz, este galardón parece confirmar la instrumentalización del Nobel como herramienta de legitimación geopolítica.
Uno de los episodios más reveladores de esta contradicción se remonta a 2019, cuando Machado recomendó ante el Senado de Estados Unidos (EE.UU.) a Marshall Billingslea como subsecretario de Derechos Humanos (DDHH) durante el primer mandato de Donald Trump (@POTUS).
El Senado rechazó la nominación tras revelarse los vínculos de Billingslea con prácticas de tortura en centros de detención de prisioneros de guerra. Resulta irónico (por no decir grotesco), que una figura que promovió a un defensor de métodos inhumanos sea ahora celebrada como símbolo de Paz. Y las críticas no se han hecho esperar.
En un análisis publicado por el Australian Institute of International Affairs, se denuncia que el Nobel otorgado a Machado marca “el fin de la autoridad moral” del Premio al priorizar intereses políticos sobre principios éticos.
El artículo señala que su historial de confrontación, exclusión y alineamiento con agendas intervencionistas contradice los valores fundacionales del Nobel de la Paz.
Incluso el Consejo Noruego de la Paz (tradicional organizador de la marcha de las antorchas en honor al laureado), ha decidido no realizar el evento este año. En su comunicado oficial, el Consejo afirma que “no puede respaldar una figura cuya trayectoria no refleja el espíritu de reconciliación y cooperación internacional que el Nobel debería encarnar”.
La aberración de esta entrega, motivada por cálculos políticos ajenos a la búsqueda genuina de la Paz, ha desmeritado profundamente el prestigio del Premio Nobel.
María Corina Machado no representa en lo absoluto los valores de la Paz mundial ni la cooperación entre los pueblos. Su galardón no honra la Paz; la traiciona.
