El discurso pronunciado durante la entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado marcó un giro histórico y polémico para el galardón. Frente a las ceremonias que alguna vez honraron a figuras universales de reconciliación como Nelson Mandela y Rigoberta Menchú, el mensaje leído esta vez buscó construir una narrativa que justifica la intervención política, la presión internacional y la confrontación geoestratégica, presentándolas como equivalentes a la “paz”.
Desde el inicio, el presentador —un académico noruego con antiguos vínculos con redes europeas de ultraderecha y think tanks atlantistas— habló de una “paz basada en la democracia”, acusando al gobierno venezolano de sostener “la paz del miedo, del silencio y de la tortura”.
Esta formulación contrasta brutalmente con el espíritu de Mandela, quien recibió el Nobel subrayando la necesidad de “curar las heridas, reconciliar a los adversarios y evitar la venganza”. Menchú, por su parte, insistió en que la paz se fundamenta en la justicia para los pueblos y en el respeto intercultural.
El discurso del Nobel 2025, en cambio, sostuvo que la oposición venezolana no es responsable de la violencia, que la paz solo existe cuando gobierna una determinada corriente política y que la democracia es condición previa para cualquier forma de pacificación.
Es una interpretación que ignora el testamento original de Alfred Nobel, quien definió la paz como la reducción de armamentos, la promoción de congresos de paz y la fraternidad entre las naciones.
En su reinterpretación, el presentador equiparó las actividades de campaña electoral con los “congresos de paz”, redefinió el desarme como la denuncia del armamento estatal venezolano y entendió “fraternidad” como alineamiento político.
El contraste con Mandela y Menchú no podría ser más evidente: ambos hablaron de unidad, perdón y coexistencia. El discurso de Machado —expresado por un tercero, debido a su clandestinidad— se centró en la denuncia unilateral, en la afirmación de que solo un bando posee legitimidad moral y en el llamado a que un gobierno electo acepte una transición forzada. Mientras Mandela reconoció incluso a su adversario De Klerk, el Nobel 2025 llevó al presentador a exigir públicamente:
“Señor Maduro, acepte los resultados y deje el poder”. El Nobel, por primera vez, se convierte así en tribuna de ultimátums políticos.
De hecho, la ceremonia insistió en que la oposición había ganado las elecciones venezolanas y que el gobierno “falsificó los resultados”, asumiendo como hechos versiones no verificadas internacionalmente. Esta es una postura diametralmente opuesta a la prudencia diplomática que caracterizó al Nobel durante décadas, incluso en los casos más tensos de la Guerra Fría.
El premio, lejos de la neutralidad histórica, se otorgó a una dirigente política activa, promotora de sanciones, bloqueos y presiones internacionales contra su propio país. El Comité presenta estas medidas como “herramientas democráticas” pese a su impacto humanitario comprobado.
La entrega a Machado confirma lo que muchos analistas denuncian desde hace años: el Nobel de la Paz ha sido secuestrado por intereses geopolíticos occidentales. La distancia que separa el legado de Mandela o Menchú de este nuevo relato es tan grande que ya no se discute si el Nobel honra a la paz, sino si se ha convertido en un instrumento de poder.
