Por @unleashdracarys
La guerra cognitiva no es una hipótesis futurista ni una exageración conspirativa: es una estrategia activa de dominación que las élites globales emplean para moldear la percepción colectiva, alterar patrones de conducta y ejercer vigilancia sobre cada individuo. A diferencia de las guerras convencionales, esta batalla no se libra con armas físicas, sino con narrativas, algoritmos y estímulos diseñados para colonizar la mente. Su objetivo no es destruir cuerpos, sino controlar voluntades.
Antecedentes: de la guerra psicológica a la ingeniería mental
Las raíces de la guerra cognitiva se hunden en las técnicas de guerra psicológica desarrolladas durante el siglo XX. Edward Bernays, pionero de la propaganda moderna, ya en los años 20 afirmaba que “la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones de las masas es un elemento importante en sociedades democráticas”. Décadas más tarde, Joseph Goebbels perfeccionaría estas técnicas en el aparato propagandístico nazi, demostrando el poder de la narrativa para moldear realidades colectivas.
Durante la Guerra Fría, la guerra psicológica se institucionalizó como parte de las operaciones militares. La desinformación, la manipulación emocional y el control de medios se convirtieron en armas estratégicas. Pero fue en el siglo XXI cuando el concepto de “guerra cognitiva” tomó forma doctrinal. François du Cluzel, en informes del Innovation Hub de la OTAN, la definió como el “sexto dominio operativo”, afirmando que “el cerebro humano es ahora el campo de batalla”.
Situación actual: la realidad fragmentada
Hoy vivimos en un entorno donde la verdad es líquida y la mentira se viraliza. Las redes sociales, alimentadas por algoritmos que priorizan la emoción sobre la veracidad, han convertido la información en un campo de batalla.
La inteligencia artificial, lejos de ser neutral, amplifica sesgos, segmenta audiencias y refuerza burbujas ideológicas. Cada día, millones de personas son bombardeadas con rumores, medias verdades y alarmas diseñadas para generar ansiedad, polarización y dependencia.
La guerra cognitiva no impone cadenas visibles, pero sí instala cárceles mentales donde la vigilancia es voluntaria y la manipulación se disfraza de libertad de elección.
El individuo, atrapado en una narrativa de buenos y malos, se autoencierra en trincheras ideológicas que castran su capacidad de análisis y lo convierten en rehén de sus propias emociones.
Como señala la Coordinadora Estatal Contra la OTAN y las Bases, esta forma de guerra busca “atacar, explotar, degradar o incluso destruir cómo alguien construye su propia realidad, su autoconfianza mental y su capacidad de decisión”. Es una guerra silenciosa, permanente, dirigida contra cada persona.
Perspectivas: resistencia y conciencia
A pesar de este panorama, la historia humana está marcada por la resiliencia. Hemos sobrevivido catástrofes naturales, guerras devastadoras y sistemas opresivos. Cada desafío ha sido también una oportunidad para elevar nuestra conciencia, fortalecer nuestras capacidades vitales y redefinir nuestra relación con el mundo.
La guerra cognitiva, aunque insidiosa, puede ser enfrentada con pensamiento crítico, alfabetización digital y una voluntad colectiva de recuperar el control sobre nuestras mentes. La humanidad no está condenada a ser víctima de sus propias creaciones tecnológicas; está llamada a trascenderlas.
La conciencia es el último bastión. Y como en cada etapa de la historia, cuando la oscuridad se intensifica, también lo hace la luz de quienes se atreven a pensar por sí mismos.