La figura de José Gregorio Hernández (1864–1919) ha sido irreversiblemente grabada en la memoria colectiva como el médico humanitario por excelencia, el “doctor de los pobres”. Pero pocas veces se destaca otro aspecto fascinante de su vida: su breve, pero significativo paso por la milicia durante el bloqueo naval a Venezuela de 1902–1903. Su acto de ofrecer un servicio militar al país aporta una nueva dimensión a la complejidad de su compromiso con la patria.
A inicios de diciembre de 1902, las potencias Alemania, Reino Unido e Italia impusieron un bloqueo naval a los puertos venezolanos de La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo para exigir pagos de deudas reclamadas por compañías extranjeras, en medio de la llamada Revolución Libertadora. Capturaron buques de la armada criolla y bombardearon el fuerte de Puerto Cabello.

El presidente Cipriano Castro respondió con una proclama enérgica: “¡La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria!”, llamando al pueblo a defender la nación. Ese mensaje encendió el espíritu patriótico de muchos venezolanos, quienes se ofrecerían como voluntarios en las milicias populares.

El doctor José Gregorio Hernández se encontraba viviendo tranquilamente en Caracas cuando, el 11 de diciembre de 1902, se alistó voluntariamente en la milicia de la parroquia de Altagracia, según consta en la boleta oficial de la Jefatura de Milicias N.º 1. Ese documento indica que tenía 38 años, estaba soltero, vivía en la calle Norte 2, casa 36, y que ejercía la profesión de médico.

A pesar de su profundo pacifismo y compromiso religioso, Hernández no dudó en responder al llamado nacionalista, una decisión destacada incluso por historiadores y medios contemporáneos. Según uno de sus biógrafos, el Dr. Miguel Yaber, Hernández fue el “primero en alistarse” como prueba de ese fervor patriótico, aunque “gracias a Dios” no se concretó el cambio del estetoscopio por el fusil.
Una vida más allá del sacrificio militar. Más allá de ese breve episodio como miliciano, la vida de José Gregorio Hernández se caracteriza por una labor inmensa en ciencia, docencia y caridad. Luego de graduarse en 1888, estudió en Europa (París y Berlín) y se convirtió en pionero de la docencia médica experimental en Venezuela. Fue fundador de la cátedra de histología, fisiología experimental y bacteriología en la Universidad Central de Venezuela, introdujo el uso del microscopio y promovió métodos científicos modernos.
Su vocación social fue ejemplar: durante la pandemia de gripe española en 1918, estuvo al frente de la lucha como parte de la Junta Nacional de Auxilios. Además, era conocido por su acto de caridad: colocó una “bolsa de los pobres” fuera de su consultorio para que quienes no podían pagar se ayudaran sin humillación.
Hernández también se destacó por su profunda espiritualidad. Realizó intentos, luego frustrados por su delicada salud, para ingresar al sacerdocio —viajó a Italia y Roma en ese propósito. Su muerte el 29 de junio de 1919 marcó un punto crucial de veneración popular; en vida ya era conocido como “el médico de los pobres” y tras su muerte se convirtió en objeto de culto laico y religioso, hasta su beatificación en 2021 y el reciente anuncio del Vaticano para su canonización,
Un símbolo multifacético. Ese gesto tardío de militarización —aunque simbólico y breve— en el contexto del bloqueo de 1902 no contradice su identidad pacifista, sino que la complementa. Demuestra que su compromiso no se limitaba a sanar el cuerpo en tiempos de enfermedad o pobreza, sino que también contemplaba la defensa de la soberanía nacional al momento de enfrentarse a una agresión extranjera.
En resumen, José Gregorio Hernández emergió como un ciudadano integral: científico, humanitario, religioso y, por un instante, miliciano voluntario. Su alistamiento en 1902 demuestra que estaba dispuesto a “defender la patria”, incluso renunciando temporalmente a su vocación médica si la situación apremiaba.