En el corazón del mundo judío, crece una corriente que rechaza al Estado de Israel. No por antisemitismo, sino por fidelidad a una tradición más antigua que el sionismo: el propio judaísmo.
En una ciudad cualquiera. Un grupo de hombres vestidos con largas túnicas negras, barbas espesas y sombreros redondos caminan por las calles con pancartas que desorientan a los transeúntes: “El judaísmo se opone al sionismo”, “Israel no representa al judaísmo mundial”, “Palestina libre”.

No se trata de una provocación externa. Son judíos. Ultraortodoxos. Y están protestando contra el Estado de Israel.
En pleno corazón de la diáspora judía, estas imágenes desconciertan. Para muchos, ser judío y oponerse a Israel es una contradicción. Para ellos, es un acto de fidelidad religiosa, ética o histórica.
¿Quiénes son los judíos antisionistas?
Aunque la narrativa dominante sugiere que todos los judíos apoyan a Israel, la realidad es mucho más diversa. Existen diferentes vertientes de judíos antisionistas, cada una con sus propios fundamentos.
Judíos ultraortodoxos: la rebelión contra el Mesías
El grupo Neturei Karta, fundado en Jerusalén en 1938, sostiene que el judaísmo y el sionismo son opuestos irreconciliables. Para ellos, el exilio del pueblo judío es un castigo divino y ningún ser humano puede forzar el fin del exilio antes de la llegada del Mesías.

“Hasta que venga el Mesías, los judíos deben vivir humildemente entre las naciones”, decía el rabino Moshe Hirsch.
Otros grupos, como Satmar, una poderosa comunidad jaredí de origen húngaro, también rechazan el sionismo por considerarlo una violación directa de los mandamientos talmúdicos.
Las mentes críticas del judaísmo secular: intelectuales que desmontan el sionismo
Del otro lado del espectro, intelectuales, académicos y activistas judíos critican a Israel no por razones religiosas, sino morales.
Aunque muchas veces el debate sobre el sionismo parece dominado por figuras religiosas o diplomáticas, algunos de los críticos más agudos del Estado de Israel provienen del mundo académico, intelectual y humanista, y muchos de ellos son judíos profundamente comprometidos con su herencia ética, pero no con el nacionalismo sionista.
Profesor, politólogo y autor de La industria del Holocausto, Norman Finkelstein es hijo de sobrevivientes de Auschwitz y el gueto de Varsovia. Sin embargo, se ha convertido en uno de los críticos más contundentes de Israel.

“Israel ha traicionado los valores universales del judaísmo: la justicia, la compasión y la dignidad humana”, afirma Norman Finkelstein.
“Mis padres sufrieron el Holocausto. Yo no permitiré que ese sufrimiento sea usado para justificar la ocupación, los asesinatos ni el apartheid”, ha dicho en numerosas conferencias.
Finkelstein ha denunciado cómo algunas organizaciones judías y gobiernos occidentales han explotado el Holocausto como herramienta política, para acallar críticas a Israel y legitimar políticas represivas.
Noam Chomsky

El lingüista, filósofo y activista político Noam Chomsky ha sido una de las voces más influyentes —y polémicas— en la crítica a Israel. Judío secular, criado en un ambiente sionista socialista, Chomsky se desilusionó muy temprano del rumbo que tomó el Estado israelí tras su fundación.
“Me opuse al establecimiento de un Estado judío exclusivo desde 1948. Israel fue fundado sobre una injusticia y ha mantenido esa injusticia a través de la fuerza”, declaró en una entrevista de 2003.
Chomsky no niega el derecho de los judíos a vivir en Palestina, pero rechaza un Estado basado en privilegios étnico-religiosos, y ha denunciado durante décadas la ocupación de los territorios palestinos, las guerras preventivas, y el uso del Holocausto como justificación política.
Ilan Pappé: el historiador del «pecado original»

Exprofesor de la Universidad de Haifa y hoy residente en el Reino Unido, Ilan Pappé es uno de los llamados “nuevos historiadores” israelíes. Su obra más conocida, La limpieza étnica de Palestina, documenta con archivos oficiales israelíes cómo, en 1948, se expulsó sistemáticamente a más de 700.000 palestinos.
Pappé sostiene que la Nakba no fue un efecto colateral, sino una política deliberada del liderazgo sionista.
“Israel no nació como un refugio, sino como una colonización armada. Su legitimidad moral está en entredicho desde el primer día”.
Hannah Arendt: la advertencia que no escucharon

Filósofa alemana-judía, autora de «Los Orígenes del totalitarismo» sobreviviente del nazismo y figura clave del pensamiento del siglo XX, Hannah Arendt fue una de las primeras intelectuales en criticar el sionismo desde dentro.
En 1948, escribió que el Estado de Israel corría el riesgo de convertirse en “una república étnica militarizada rodeada de enemigos”, si no integraba a los árabes palestinos como ciudadanos iguales.
“La solución sionista basada en la exclusividad judía lleva inevitablemente al conflicto permanente”, advirtió.
Sus palabras, hoy ignoradas por muchos, suenan proféticas ante el estancamiento de cualquier solución justa al conflicto israelí-palestino.
Todos estos intelectuales comparten un principio común: rechazan el uso del judaísmo como escudo para justificar abusos políticos o militares.
- No cuestionan el derecho de los judíos a vivir en seguridad.
- No niegan el sufrimiento del Holocausto.
- No odian su cultura o su historia.
Pero se niegan a equiparar judaísmo con sionismo, y ven en la crítica a Israel no un acto de traición, sino de honestidad intelectual y fidelidad moral.
El conflicto teológico: Dios contra el Estado

Para los antisionistas religiosos, la fundación del Estado de Israel en 1948 no fue un “milagro” sino una herejía.
El rabino Yoel Teitelbaum, fundador de la dinastía Satmar, escribió en su obra Vayóel Moshe que los judíos tienen tres juramentos sagrados:
- No rebelarse contra las naciones del mundo.
- No regresar en masa a la Tierra Santa.
- No forzar el fin del exilio por medios humanos.
Israel, al fundarse como Estado moderno por medios políticos y militares, habría violado los tres.
¿Ser anti sionista es ser antisemita?
Uno de los argumentos más repetidos por los defensores del sionismo es que oponerse a Israel es una forma de antisemitismo.
Pero los judíos anti sionistas lo niegan tajantemente.
“Israel no representa a todos los judíos del mundo. Oponerme al sionismo no me hace menos judío. Me hace más fiel a mis valores”, asegura Sarah Leah Whitson, una prominente activista por los derechos palestinos.
De hecho, muchos denuncian que el sionismo ha secuestrado la identidad judía, convirtiendo a los judíos de la diáspora en rehenes políticos de las acciones del Estado israelí.
El sionismo no fue siempre hegemónico entre los judíos. Durante buena parte del siglo XIX y principios del XX, fue una corriente minoritaria. Los judíos reformistas de Alemania y Estados Unidos preferían la asimilación; los ortodoxos rechazaban cualquier forma de nacionalismo laico.
El Congreso Sionista de 1897, liderado por Theodor Herzl, fue duramente criticado por rabinos de todo el mundo. Y cuando Israel fue creado en 1948, muchos líderes religiosos rehusaron reconocer al nuevo Estado.
Datos que incomodan
- En 2021, una encuesta del Jewish Electorate Institute reveló que el 34% de los judíos estadounidenses considera que Israel es un Estado de apartheid.
- La misma encuesta muestra que los jóvenes judíos entre 18 y 29 años son los más críticos con Israel.
- En barrios como Williamsburg (NY), Stamford Hill (Londres) o Montreal, miles de judíos ortodoxos viven sin reconocer la autoridad de Israel.
Del lado sionista, las críticas son implacables. Para muchos, los judíos anti sionistas son ingenuos, traidores o instrumentos de propaganda antisemita.
Desde el gobierno israelí, las organizaciones antisionistas suelen ser ignoradas o desacreditadas como «grupos marginales».
¿Y si los herejes tuvieran razón?
Ser judío no implica apoyar a Israel. Esa es la consigna de quienes, desde la fe, la conciencia o la historia, se oponen al Estado sionista. Para ellos, el verdadero judaísmo no necesita un ejército, ni muros, ni armas nucleares, sino principios.
Quizá la pregunta no sea por qué algunos judíos se oponen a Israel, sino por qué tantos no se atreven a hacerlo.