Kensington, el barrio zombi de Filadelfia conocido como el “epicentro” de la crisis del fentanilo en Estados Unidos, sigue enfrentando enormes desafíos en 2025. Tras años de devastación por el consumo masivo de fentanilo y otras drogas sintéticas, las muertes por sobredosis en la ciudad y en todo el país han disminuido significativamente, con una caída histórica de más de 30,000 fallecimientos anuales en EE.UU. desde su pico en 2023. Sin embargo, esta reducción no significa que la crisis haya terminado.
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Kensington una crisis controlada
En Kensington, donde la droga sigue presente en casi todas las muestras callejeras, la problemática ha evolucionado hacia un escenario de “caos controlado”: muchos consumidores sobreviven, pero enfrentan enfermedades crónicas severas, heridas graves causadas por sustancias como el tranquilizante animal xylazina, y condiciones de vida precarias como la falta de vivienda y el estigma social. Los servicios de salud y apoyo han mejorado en la zona, con iniciativas como unidades móviles de atención de heridas, pero la demanda de atención médica, vivienda y tratamiento sigue siendo abrumadora.
Expertos señalan que la crisis del fentanilo ha entrado en una nueva fase donde el foco debe pasar de solo prevenir muertes a mejorar la calidad de vida de quienes viven con adicciones complejas. Además, la mezcla de fentanilo con otros sedantes animales ha cambiado el perfil del consumo, reduciendo la letalidad inmediata pero aumentando los daños a largo plazo.

A pesar de los avances, la percepción ciudadana en Filadelfia refleja preocupación: un 40% de los residentes considera que la crisis de opioides está empeorando, y menos de la mitad valora como efectivas las acciones municipales para enfrentarla. La lucha en Kensington continúa siendo un desafío multidimensional que requiere no solo medidas de salud pública, sino también políticas sociales integrales para atender la pobreza, el desempleo y la exclusión social que alimentan la epidemia.
En resumen, mientras las muertes por sobredosis bajan, Kensington permanece como un símbolo de la complejidad y persistencia de la crisis del fentanilo en Estados Unidos, con un futuro que depende de la capacidad de integrar tratamiento, apoyo social y reducción de daños en una comunidad profundamente afectada.
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