Donald Trump ha vuelto a su lenguaje favorito: el de la confrontación. En una rueda de prensa cargada de autosuficiencia, el presidente estadounidense confirmó lo que ya era evidente:
“Sí, estamos en una guerra comercial con China”. Y no una metafórica, sino una que amenaza con desestabilizar cadenas de suministro globales, encarecer la tecnología y hundir la economía estadounidense en su propio nacionalismo económico.
Con un arancel del 100 %, Trump pretende “defender la seguridad nacional” usando la economía como arma. Lo que no dice es que ese mismo arancel puede disparar la inflación, afectar a los consumidores y castigar a las empresas estadounidenses que dependen de los componentes chinos. En el tablero de la “seguridad nacional”, la administración republicana parece confundir independencia con aislamiento.
China, por su parte, respondió con su habitual pragmatismo estratégico: endureció los controles sobre las tierras raras, materiales indispensables para la industria tecnológica y militar de EE.UU. y sus aliados. Beijín sabe perfectamente dónde duele.
Mientras Washington anuncia una “respuesta grupal contundente” junto a sus socios, el gigante asiático sigue marcando el ritmo y demostrando que, si hay una guerra, será larga y sin ganadores.
En nombre del patriotismo económico, Trump podría estar repitiendo el error clásico de todos los imperios en decadencia: confundir su músculo con su mente. El mundo observa cómo EE.UU. intenta jugar al ajedrez con un mazo de sanciones, mientras China mueve sus piezas con precisión quirúrgica.
Trump, confirmó este miércoles que su país está oficialmente inmerso en una guerra comercial con China, al justificar los nuevos aranceles del 100 % sobre productos chinos como una “herramienta de defensa nacional”.
La declaración, realizada durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, marca uno de los puntos más tensos en las relaciones entre Washington y Beijín desde el inicio del siglo XXI.
“Sí, estamos en una guerra comercial ahora”, dijo Trump ante los medios. “Si no tuviéramos aranceles, quedaríamos expuestos como si fuéramos nada. No tendríamos defensa”, afirmó, presentando los impuestos a las importaciones como una forma de “proteger la seguridad nacional”. Según el mandatario, las tarifas no solo buscan equilibrar el comercio, sino también “resolver guerras” mediante presión económica.
El discurso refleja la estrategia que ha caracterizado su política exterior: confrontar en lugar de negociar. Sin embargo, el costo de esta postura podría ser alto. Analistas señalan que la nueva ronda de aranceles encarecerá bienes tecnológicos, afectará a los consumidores estadounidenses y presionará aún más las cadenas de suministro globales.
China responde con fuerza y precisión

Beijín no tardó en responder. El Ministerio de Comercio chino declaró que el país está “dispuesto a luchar hasta el final”, aunque mantiene abierta la puerta al diálogo. En un comunicado, el portavoz Lin Jian calificó las medidas estadounidenses de “errores estratégicos” e instó a Washington a rectificar su enfoque, señalando que las tácticas de presión “no son compatibles con un diálogo sustancial”.
Como contramedida, China endureció los controles a la exportación de tierras raras y magnetos —materiales esenciales para la industria tecnológica y militar estadounidense— y aplicó una tarifa portuaria especial a los buques vinculados a EE.UU. Estas medidas replican acciones similares impuestas por Washington, pero con un impacto potencialmente más profundo en el sector productivo norteamericano.
“China contra el mundo”: la narrativa de Washington

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, intentó enmarcar la disputa como un esfuerzo colectivo global. “Se trata de China contra el mundo”, afirmó en una conferencia de prensa, adelantando que EE.UU. buscará una “respuesta grupal contundente” junto a sus aliados del G7, la Unión Europea, Canadá, Australia, India y otros socios asiáticos.
Bessent argumentó que el control chino de los minerales críticos convierte a Pekín en un “socio poco fiable” y representa una amenaza para las cadenas de suministro internacionales. Sin embargo, expertos advierten que Washington corre el riesgo de empujar a sus aliados hacia la neutralidad o incluso hacia una mayor dependencia del mercado chino, el mayor del mundo en manufactura avanzada.
Una guerra con costo global

A medida que ambas potencias escalan sus represalias, la economía mundial enfrenta un escenario incierto. El Fondo Monetario Internacional advirtió recientemente que una guerra comercial prolongada podría restar hasta un 1,3 % al crecimiento global en 2026.
Trump, sin embargo, parece decidido a sostener su narrativa de “Estados Unidos primero”, aunque eso signifique aislar al país en un conflicto económico que ya no se libra solo con cifras, sino con influencia geopolítica.
“Si Estados Unidos decide luchar, China lo llevará hasta el final”, advirtió Beijín. Y en esta guerra comercial, los campos de batalla ya no son los puertos, sino los mercados.