Los palestinos ya están curados con las falsas promesas del sionismo, las que nunca cumple.
Anás está en el sur de la Franja, junto a casi dos millones de desplazados. Esperan regresar al norte, se preparan, aunque eso les pueda costar la vida, pero de momento esperan por la entrada en vigor del cese al fuego, mientras Israel arrecia los ataques contra todo lo que se mueva.
Lo mismo ocurrió en enero pasado, cuando el alto el fuego del sionismo alentó a más de un millón de desplazados a regresar a los territorios del norte, lo que pasó después de su regreso fue una historia amarga, como la de cada gazatí desde 1948; esa tregua (muy frágil de por sí) solamente duró dos meses, luego de ello el recrudecimiento de bombardeos fue más que desproporcional; un tercio de los más de 67.000 asesinatos, según cifras oficiales, ha ocurrido desde entonces.
Hoy, la Franja de Gaza amaneció matizada de emociones. Periodistas, paramédicos, socorristas, voluntarios se convirtieron en pregoneros. “Nahayat alkabus” resonaba en los refugios que nunca han sido zonas seguras. Es el fin de la guerra, anunciaban a gritos, tocó así porque la comunicación digital o las señales telefónicas en el enclave son oasis. La Franja retrocedió no menos de dos décadas en dos años, según la ONU.
Osama Ishaq no era tan optimista, pero se atrevía a emprender el largo camino de regreso al lugar donde en algún momento existió su casa, “ni yo, ni el pueblo de Gaza creemos realmente que haya un alto el fuego”. Los que han comenzado a caminar lo hacen contra todo pronóstico. Las metrallas no han cesado, para que eso ocurra, el parlamento sionista debe estar a favor del principio de acuerdo. Hoy se vota con demora y luego se definiría la fecha de inicio.
No más conocerse la confirmación del entendimiento, las reacciones llegaban en masa. Líderes occidentales en pleno ahora celebran que “el conflicto” (como si de partes iguales se tratara) esté, en teoría, a punto de terminar. La práctica es muy incierta. Es ese mismo liderazgo que ha sido cómplice del genocidio desde hace 77 años y ha quedado en evidencia ante el rechazo de las masivas protestas pro palestinas.
De concretarse la tegua, el sionismo liberaría 1.950 presos de conciencia palestinos, 250 de ellos condenados a cadena perpetua. Hamás entregaría a los 48 retenidos de la ocupación, de los que se cree que 20 permanecen con vida, los demás habrían muerto en los ataques israelíes. La ayuda humanitaria comenzaría a entrar nuevamente a niveles no menores del acuerdo de enero (unos 600 camiones por día) y las tropas de la ocupación deberían comenzar a retirarse, aunque ese fue un engaño de Israel para el incumplimiento del anterior pacto. Le dio largas al asunto y en marzo, bajo intentos de coacción para la segunda fase del acuerdo, argumentó fracaso en las conversaciones, allí llegó el infierno a la franja. Es su accionar.
El plan de 20 puntos diseñado por Donald Trump es visto con recelo en Palestina y por los aliados de la Resistencia. Denuncian clara inclinación hacia Israel, porque Gaza será administrada con una supervisión de la “Junta de la Paz” presidida por Trump. Se obvian las demandas históricas de una Palestina para los palestinos. Tampoco hay garantías de cumplimiento del cese, realmente nunca ha existido algo así por parte de Israel y aunque los garantes negociadores, EEUU, Catar, Egipto y Turquía, deberían velar por el cumplimiento, Israel hace caso omiso. La pasada tregua se suponía que era vigilada por Catar y EEUU, pero de comunicados no salieron.
Hamás y la Yihad islámica deberán olvidarse de Gaza y deponer las armas, “una maniobra política” que no responde a las demandas de la población gazatí, dicen los grupos. Tampoco se aborda el levantamiento del bloqueo que, desde 2007, han convertido a un territorio de 365 kilómetros cuadrados en la prisión al aire libre más grande del planeta.
De momento, los palestinos, miran al cielo en plegarias a sus mártires, y a la espera de que el sobrevuelo de drones y aviones de guerra queden atrás, como el momento más cruento de cuatro generaciones que han nacido, vivido e incluso muerto en medio de un genocidio, el que el mundo permitió. Tal vez ahora, por idílico que pueda parecer, ese mundo le permita a 2.2 millones de ciudadanos como Anás “seguir vivo, seguir con mi familia, ayudar a mi pueblo, algo sencillo, pero en Gaza tener un derecho es un sueño”.
