Cuando el Nobel de la Paz se disuelve en horas
El Premio Nobel de la Paz, alguna vez símbolo de esperanza global, parece haberse convertido en una ceremonia de consagración política más que en un reconocimiento a quienes arriesgan sus vidas por la paz. La reciente entrega del galardón a María Corina Machado, figura de la extrema derecha venezolana, es un ejemplo elocuente de cómo un símbolo universal puede vaciarse de contenido en cuestión de horas.
Un Nobel otorgado por razones políticas
María Corina Machado no ha sido una activista por la paz global, ni ha alzado su voz contra los conflictos armados que desangran al mundo. No hay registro de pronunciamientos suyos sobre las masacres en Sudán, la guerra en Ucrania, la ofensiva en Gaza, la crisis en Haití o los desplazamientos forzados en el Sahel. Tampoco ha condenado las violaciones sistemáticas de derechos humanos cometidas por potencias occidentales, como las políticas migratorias inhumanas de Estados Unidos o el respaldo militar a regímenes represivos.
Mientras tanto, organizaciones como Médicos Sin Fronteras, la Media Luna Roja Siria, o activistas por la paz en Myanmar y Yemen, continúan su labor en condiciones extremas, con voluntarios asesinados, hospitales bombardeados y comunidades enteras desplazadas. ¿Por qué fueron ignoradas?
Oslo: una puesta en escena sin contenido
La rueda de prensa ofrecida por Machado en el Comité Nobel fue una repetición de su discurso habitual: inhabilitación, respaldo internacional, elecciones libres. No hubo una sola mención a los conflictos armados en curso, ni una propuesta concreta para la paz global. Ni una palabra sobre los niños muertos en Gaza, las mujeres violadas en Sudán, o los migrantes ahogados en el Mediterráneo.
El evento sirvió más como plataforma de reafirmación política que como espacio de reflexión sobre la paz. Las preguntas fueron repetitivas y complacientes, las respuestas previsibles, y el silencio sobre los grandes dramas humanos del presente fue ensordecedor.
Durante esa misma rueda de prensa, al ser consultada sobre una posible intervención militar de Estados Unidos en Venezuela, Machado respondió: “Yo no estoy pidiendo ninguna intervención militar”. No condenó la posibilidad ni la calificó como indeseable. Su ambigüedad fue tan calculada como su oportunismo: días antes, había declarado que Donald Trump —quien ejecuta operaciones letales en el Caribe y deporta venezolanos a centros denunciados por tortura como el CECOT en El Salvador— merecía el Premio Nobel de la Paz. ¿Qué clase de paz se celebra cuando se aplaude a quienes violan derechos humanos?
El Nobel como herramienta de agenda
Lo más inquietante fue escuchar al vocero del Comité Nobel afirmar que “la democracia es un prerequisito para la paz”, en lo que pareció un respaldo explícito a un cambio de régimen en Venezuela. Que esa declaración provenga de un representante de una monarquía constitucional como Noruega —donde el jefe de Estado no es electo— añade una capa de ironía difícil de ignorar.
Este tipo de pronunciamientos no solo politizan el premio, sino que lo alejan de su propósito original: fomentar la paz, no intervenir en disputas de poder.
Un mundo complejo, un Nobel agotado
La dinámica mundial actual es extremadamente volátil. Los países industrializados enfrentan crisis energéticas, tensiones geopolíticas con China y Rusia, y una creciente presión migratoria. En ese contexto, el apoyo incondicional que Machado busca parece improbable. Las potencias no están interesadas en ideales abstractos, sino en salvaguardar sus intereses estratégicos.
El Premio Nobel de la Paz, lejos de ser un faro moral, se ha convertido en un instrumento de validación política. Su prestigio se erosiona cada vez que se entrega no a quienes construyen puentes en medio del fuego cruzado, sino a quienes capitalizan el conflicto para proyectarse.
El boom publicitario construido sobre Oslo se convirtió en la carta de despedida de María Corina y una «salida elegante» a su exilio dorado junto a Guaidó y Edmundo.

