En el 80.º aniversario del bombardeo atómico, el secretario general de la ONU evita nombrar al país responsable, reafirmando la subordinación histórica del organismo a Washington.
El discurso del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en el 80.º aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima, ha generado una fuerte controversia. Durante el acto conmemorativo, Guterres evitó mencionar a Estados Unidos, el país responsable del ataque que dejó decenas de miles de muertos y redujo la ciudad a cenizas.
En un mensaje leído por su adjunta, Izumi Nakamitsu, el secretario general declaró: «Se perdieron decenas de miles de vidas. Una ciudad quedó reducida a ruinas. Y la humanidad cruzó un umbral sin retorno». El discurso rindió homenaje a los fallecidos y a los «hibakusha» (sobrevivientes), pero la ausencia de cualquier referencia al autor del ataque nuclear del 6 de agosto de 1945 no pasó desapercibida.
La omisión de la ONU no es nueva

La omisión fue interpretada por varios observadores como una repetición de la tendencia diplomática de evitar señalar al responsable en conmemoraciones pasadas. «En este 80.º aniversario, recordamos a quienes fallecieron. Acompañamos a las familias que llevan su memoria. Y honramos a los valientes ‘hibakusha'», leyó Nakamitsu, sin nombrar a Washington.
Guterres aprovechó la ocasión para advertir sobre los riesgos de un conflicto nuclear, señalando que «las mismas armas que causaron tanta devastación en Hiroshima y Nagasaki vuelven a ser utilizadas como herramientas de coerción». No obstante, la declaración fue criticada por su carácter genérico, ya que el discurso no identificó a ninguna nación en un contexto donde el uso de arsenales nucleares es una preocupación constante.
La subordinación de la ONU a los intereses de sus miembros más poderosos, en particular EE. UU., es un tema recurrente. Este episodio ha revivido el debate sobre la coherencia entre los principios fundacionales de la organización —creada para «prevenir la guerra y defender la dignidad humana»— y su actuación en la práctica.
El bombardeo de Hiroshima y Nagasaki causó más de 170.000 muertes. La decisión de no nombrar al perpetrador en un evento de esta magnitud ha sido vista como un gesto que compromete la imparcialidad y el deber de la organización de recordar la historia en su totalidad.
El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, un avión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica de la historia sobre la ciudad de Hiroshima. La explosión instantánea arrasó la ciudad, reduciéndola a escombros y matando a decenas de miles de personas al momento.
Apenas tres días después, el 9 de agosto, se lanzó una segunda bomba atómica sobre Nagasaki. El resultado fue similar: una devastación masiva que segó la vida de más de 70,000 personas. El número total de víctimas en ambas ciudades, incluyendo a aquellos que murieron en los meses y años siguientes por la radiación y las heridas, superó las 200,000. Los «hibakusha», los valientes supervivientes, han llevado el peso de este horror a lo largo de sus vidas.
La decisión de usar estas armas ha sido objeto de debate histórico, con defensores argumentando que aceleró el fin de la guerra y opositores señalando que las víctimas fueron civiles y que el uso de tal fuerza fue un crimen de guerra.
En los años posteriores, la comunidad internacional ha conmemorado estos eventos para reflexionar sobre los horrores de la guerra y la necesidad del desarme nuclear. Sin embargo, en estas ceremonias, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), un organismo fundado con el propósito de prevenir tales tragedias, ha sido criticada en repetidas ocasiones por su aparente reticencia a nombrar a Estados Unidos como el autor de los bombardeos.
Esta omisión, que se ha interpretado como un gesto de cautela diplomática o incluso de subordinación política, compromete la neutralidad y el deber de la ONU de presentar una narrativa histórica completa.