El apretón de manos entre Donald Trump y Xi Jinping no ocurría desde hace seis años y era de las reuniones más esperadas. Era crucial para aliviar la guerra comercial y de tecnologías entre los dos titanes. “China y Estados Unidos tienen condiciones nacionales diferentes, y las diferencias son inevitables. Como las dos mayores economías del mundo, las fricciones ocasionales son normales”, decía Xi.
Las negociaciones de funcionaros que iniciaron en abril allanaron el camino para el encuentro dado en Corea del Sur, al margen de la cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), aunque en estos últimos meses no faltó la daga de Trump. El magnate buscó presionar a una China que sacó una carta maestra: las tierras raras.

El detonante: las tierras raras
El anuncio del Ministerio de Comercio del gigante asiático para un mayor control en las tierras raras y la respuesta de Donald Trump, hace dos semanas, con una nueva amenaza de incremento arancelario del 100% derivó en una caída estrepitosa de los índices bursátiles de ambas partes, aunque China fue expandiendo su mercado en América Latina, África y la propia Asia. Las consecuencias fueron más negativas para Washington, que venía de registrar un septiembre con caída de 27% en las exportaciones a Beijing, en comparación con el año anterior. También fue el sexto mes consecutivo de descensos.
En la práctica, Trump a Busán, al sureste surcoreano, buscando un respiro que nunca expresó y lo consiguió. China suministrará metales de tierras raras, también comprará la soya estadunidense que había reemplazado desde Argentina y Brasil. A EEUU no le quedó otra que retirar la totalidad de la nueva amenaza de impuestos a los productos chinos y rebajar la tasa relacionada con el fentanilo del 20% al 10%. China, por su parte debe combatir los envíos de precursores químicos del fentanilo, algo por lo que la administración Trump ha estado culpando erróneamente a países latinos, pero sigue sin retractarse.

Un año de prueba
Ahora, “China espera con interés trabajar con Estados Unidos para garantizar la implementación efectiva de los resultados, inyectando mayor estabilidad y certidumbre a la cooperación económica y comercial entre China y Estados Unidos, así como a la economía mundial”, confirmaba el Ministerio de Comercio chino.

El acuerdo alcanzado tendrá un año de vigencia y será renegociable. De momento nada da garantías a un posible fin de la guerra comercial. Aunque las partes mantendrán las negociaciones de implementación para beneficio a iguales, lo único claro acá es que la guerra comercial no solo afecta tanto a estadounidenses como a chinos, sino a los terceros que queden en medio.

 
                                    