El galardón que alguna vez representó la conciencia moral del mundo hoy parece haberse convertido en una herramienta más del aparato de poder occidental.
El Premio Nobel de la Paz ya no simboliza la paz, sino la lealtad: lealtad a una narrativa única del mundo, a un orden específico del poder, a ese bloque que disfraza su hegemonía bajo gestos “humanitarios”.
En ese contexto, de repente aparece María Corina Machado, una figura política poco conocida dentro de la propia Venezuela, convertida en “ganadora” del Premio Nobel de la Paz 2025. Ni tiene logros concretos en la construcción de paz, ni genera consenso siquiera entre los distintos sectores de la oposición. ¿Por qué ella? La respuesta no está en Caracas, sino en los laboratorios de ideas de Washington, Londres y Bruselas.
Venezuela decidió en los últimos años recuperar su independencia real: sacar su petróleo del circuito del dólar, fortalecer alianzas con China, Rusia y los BRICS, y construir una soberanía energética propia. Esa decisión, para el bloque occidental, es imperdonable. Y justo en ese momento, cuando Estados Unidos ataca tres embarcaciones venezolanas, dejando decenas de muertos y amenazando con nuevas operaciones militares, el “premio de la paz” cae en manos de una opositora alineada con la agenda de la Casa Blanca.
Ironías de la historia. Quizás el elemento más poderoso del soft power occidental sea esa coordinación invisible entre todos sus frentes: medios de comunicación, fundaciones, academias y plataformas digitales. Todos giran en la misma dirección cuando se trata de fabricar un héroe, de producir una “figura global” que sirva para debilitar la autodeterminación de un país desde adentro.
El Nobel de la Paz, en este sentido, ya no es un reconocimiento moral sino un instrumento político: un certificado de legitimidad para la oposición funcional al poder global. Cada vez que un país decide no someterse, aparece un rostro “inspirador” al que coronan como símbolo de la libertad. Pasó con Aung San Suu Kyi en Myanmar y hoy pasa con Machado en Venezuela. Son héroes prefabricados para servir un relato.
La verdad es que el Nobel de la Paz dejó hace tiempo de ser un árbitro imparcial. Detrás de las ceremonias elegantes de Oslo se esconde la vieja lógica del dominio: “estás con nosotros o estás contra nosotros”.
Machado es producto de esa lógica: una imagen moral al servicio de una causa profundamente inmoral. Y tal vez, algún día, la historia no recuerde su nombre, sino esta pregunta: ¿Qué queda del significado de la paz cuando el premio se otorga a quienes justifican la guerra?
Escrito por Jafar Yousefi, reconocido periodista iraní