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Milei en Washington: el rescate financiero que encadenó a Argentina a los designios de Trump

La jornada en la Casa Blanca fue tan simbólica como incómoda. Javier Milei llegó sonriente, con la banda presidencial celeste y blanca reluciendo bajo el sol otoñal, mientras Donald Trump lo recibía con la familiar palmada que suele reservar para sus aliados ideológicos.

Detrás de las cámaras, la escena tenía más peso político que ceremonial: se trataba del rescate financiero más grande que EE.UU. concede a Argentina en décadas, pero también de una demostración de control, de subordinación y de advertencias veladas.

Trump, que desde su regreso al poder se ha propuesto redefinir el mapa de influencias hemisférico, no tardó en marcar territorio.

“No creo que Argentina deba estar haciendo muchos negocios con China”, lanzó ante los periodistas, en un tono que sonó menos a sugerencia y más a ultimátum.

“Pueden comerciar un poco, pero nada militar. Si eso está ocurriendo, me molestaría mucho”, remató, dejando claro quién dicta las condiciones del nuevo entendimiento entre Washington y Buenos Aires.

Milei

Milei, que había viajado a EE.UU. buscando oxígeno económico y respaldo político, se limitó a sonreír, asentir y elogiar al anfitrión.

“Gracias a su gran liderazgo, presidente Trump, el mundo vive hoy un momento de paz en Oriente Medio”, dijo, intentando devolver cortesía diplomática.

Sin embargo, el aire en el Salón Este estaba cargado de otra clase de mensaje: la ayuda estadounidense de 20.000 millones de dólares —presentada como un swap para reforzar las reservas argentinas— llegaba con una letra pequeña invisible, pero evidente.

La economía como eje de dependencia

En las conversaciones privadas, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, aclaró ante los medios que el acuerdo no estaba formalmente condicionado al fin de los vínculos con China.

Pero las declaraciones anteriores del propio funcionario dejaron poco margen a la interpretación: “Estamos ayudando a Argentina para sacarla de la órbita china”, había dicho días antes.

Milei, que atraviesa una de las peores crisis de liquidez de las últimas décadas, escuchó con atención mientras los asesores estadounidenses hablaban de estabilidad, transparencia y reformas estructurales. Pero detrás de esa retórica técnica, la cooperación sonaba más a tutela que a alianza.

“Si a la Argentina le va bien, la ayudaremos más que nunca. Pero si no gana, no contará con nosotros”, advirtió Trump en referencia a las elecciones legislativas del 26 de octubre, donde el oficialismo se juega su mayoría. Era un respaldo político explícito, pero también un recordatorio de que el destino económico argentino depende del humor del magnate republicano.

China, el enemigo silencioso de Trump

El tema más sensible, sin embargo, no fue financiero sino geopolítico. Trump dedicó varios minutos a hablar sobre la cooperación militar de Argentina con China, señalando que Washington “debe tener cuidado” con las intenciones de Beijín.
China se aprovecha de la gente, y no pueden aprovecharse de nosotros”, advirtió con su estilo característico, mezclando firmeza con un dejo de amenaza.

Bessent intentó matizar, aclarando que el gobierno estadounidense no teme el swap financiero chino, sino las posibles instalaciones o acuerdos militares que podrían consolidar la presencia asiática en el Cono Sur. Fue un mensaje nítido: Argentina puede recibir dólares, pero no puede tener radares chinos ni proyectos conjuntos en defensa.

El comentario a Milei que reveló la tensión y una sumisión revestida de alianza

En medio del almuerzo bilateral, Trump lanzó una de sus bromas que, como siempre, escondía un filo político:
“¡Tenemos muchos Tomahawks! ¿Necesitan Tomahawks en Argentina? Los necesitas para tu oposición, supongo”.
Las risas fueron breves. La ironía resonó como un eco incómodo sobre la mesa donde se discutían créditos, armas y estrategias electorales.

Milei, fiel a su estilo, intentó mantener el tono amistoso, aunque las cámaras captaron un gesto rígido, casi de incomodidad. Era difícil no percibir la asimetría de poder entre ambos.

El encuentro se cerró con declaraciones conjuntas y fotografías oficiales. Trump se mostró satisfecho: “Vas a ganar las elecciones, te apoyaremos. Te apoyo hoy, te apoyo plenamente”, dijo, más como jefe que como aliado. Milei respondió con su habitual entusiasmo, agradeciendo la “ayuda” y el “liderazgo” del mandatario norteamericano.

Pero más allá de los gestos, la crónica del día dejó una sensación de dependencia profunda. El libertario argentino salió de Washington con un salvavidas financiero, pero también con un compromiso político y estratégico que lo ata a la Casa Blanca.

En su intento por estabilizar la economía, Milei entregó aún más su autonomía diplomática, alineando su política exterior a los intereses de Washington y alejándose aún más de Beijín y de cualquier alternativa multipolar.

La visita a la Casa Blanca quedará registrada como un acto de subordinación elegante, donde las sonrisas y los apretones de mano disimularon lo que en esencia fue una advertencia:
Argentina podrá respirar gracias al dinero estadounidense, pero cada respiro estará medido por las órdenes de Trump.

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