Dr. Engelbert Alvarado C.
En las elecciones legislativas de medio término del 26 de octubre de 2025 en Argentina, el partido del presidente Javier Milei, La Libertad Avanza (LLA), obtuvo alrededor del 40,8 % de los votos según los primeros cómputos.
Esa cifra fue presentada como una «victoria aplastante». Sin embargo, un análisis más fino de los datos y del contexto electoral revela que dicha “victoria” encierra más matices y evidencia un fenómeno más profundo: un hartazgo ciudadano, una fragmentación del voto tradicional y una fuerte caída de la participación que ponen en evidencia una crisis de representación política.

Para calibrar la magnitud del cambio, conviene comparar con los resultados de las elecciones presidenciales de 2023: en la segunda vuelta, Milei obtuvo aproximadamente un 55,69 % de los votos.
Al comparar esos porcentajes, la obtención del ~40 % en las legislativas revela una pérdida relativa de apoyo —aunque el partido gane más escaños o mayor cobertura mediática— y refleja que el respaldo popular al “nuevo” proyecto político ya no es tan sólido como en el momento de la elección presidencial.
Además, el bloque opositor tradicional, representado por el peronismo (Unión por la Patria y sus alianzas) también sufrió un retroceso general de votos, sin lograr rearticularse como alternativa convincente. Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires —distrito clave que concentra alrededor del 40 % del padrón nacional— la fuerza de Milei quedó en ~33,8 % frente al ~47 % del peronismo.

Otro dato clave: la participación fue la más baja desde el retorno de la democracia (alrededor del 67-68 %).
sto no es un dato menor: un porcentaje bajo de votación sugiere desafección ciudadana, fatiga con los sistemas de partidos tradicionales y con el nuevo liderazgo, así como una menor legitimidad de los resultados que se presentan como “triunfo pleno”.
En este sentido, la narrativa de “aplastante victoria” está en parte sobredimensionada: sí, el partido de gobierno salió fortalecido en términos de escaños y posibilidades legislativas, pero el respaldo popular real se redujo en términos relativos respecto de la última gran elección, y el escenario es de ciudadanos desencantados más que de euforia política.
Por último, este fenómeno argentino tiene ecos en otros países latinoamericanos: por ejemplo, en Chile las recientes elecciones municipales y regionales mostraron un desplazamiento hacia partidos moderados o de signo diferente, y una erosión del apoyo al gobierno de izquierda, evidenciando también desgaste y falta de movilización de los sectores tradicionales.
El think tanks de la derecha mundial

La llamada “aplastante victoria” de Javier Milei en las legislativas argentinas ha sido amplificada por una maquinaria de comunicación perfectamente aceitada, en la que confluyen medios alineados, think tanks de la derecha global y el algoritmo de las redes sociales.
Detrás del relato triunfalista no hay una expansión real del apoyo popular, sino una sofisticada estrategia de percepción que multiplica los mensajes favorables y silencia los matices.
Los datos oficiales muestran que Milei perdió cientos de miles de votos respecto a su desempeño en las presidenciales, pero esa realidad quedó enterrada bajo titulares cuidadosamente diseñados para consolidar la idea de un “liderazgo indiscutible”.

Los grandes centros de pensamiento y lobby vinculados a la nueva derecha latinoamericana —como Atlas Network y la Fundación Internacional para la Libertad— han desempeñado un papel clave en esa narrativa.
Sus expertos, influencers y medios asociados impulsan un discurso uniforme que mezcla meritocracia, antipolítica y tecnocracia económica, creando una ilusión de consenso que no existe.
En ese ecosistema, el algoritmo actúa como cómplice silencioso: prioriza los mensajes que generan polarización y emoción, y penaliza los análisis críticos o complejos.
Los resultados de Milei sin producto de una realidad digital

El resultado es una distorsión del espacio público donde la “realidad” política se convierte en un producto algorítmico.
Lo mismo ha ocurrido en Chile con el auge y desgaste de las fuerzas antiestatistas, o en Colombia con los experimentos electorales de la ultraderecha digital y el recién electo presidente de Bolivia ante las divisiones del MAS.
En todos los casos, el fenómeno revela algo más profundo que una simple contienda partidista: el poder de una élite que, al dominar la narrativa digital, convierte una victoria con matices en una victoria absoluta, y un desencanto ciudadano en una herramienta de control político.
La “victoria” de Milei es real en términos cuantitativos, pero cualitativamente demuestra una advertencia mayor: los ciudadanos ya no se movilizan con el mismo entusiasmo; no se trata tanto de consolidación de poder sino más bien una expresión de hartazgo y búsqueda de alternativas fuera del esquema clásico de partidos. La pregunta ahora es si ese voto de castigo podrá convertirse en apoyo estable o si será sólo un gesto de frustración ciudadana.

