En un mundo donde la industria alimentaria impone su lógica de conveniencia y sabor artificioso, la salud de la infancia es víctima silenciosa de una epidemia moderna: la ingesta masiva de alimentos ultraprocesados (UPF, por sus siglas). Investigaciones recientes revelan que el 73% de las galletitas para bebés contienen ingredientes que no aparecen en sus etiquetas, un dato alarmante que pone en jaque la seguridad alimentaria y la confianza de las familias.
El concepto de “alimentos ultraprocesados” fue desarrollado en 2010 por un equipo de científicos de la Universidad de São Paulo, Brasil, quienes también impulsaron el sistema NOVA. Este revolucionario método clasifica los alimentos según su grado de procesamiento en cuatro categorías, del 1 (natural) al 4 (ultraprocesado). Según NOVA, muchos productos que se venden bajo la apariencia de saludables, como ciertos panes ‘integrales’ o cereales infantiles, caen en esta última categoría, equivalente a bolsas de papas fritas o snacks comerciales.
Los ultraprocesados son fabricaciones industriales que combinan ingredientes artificiales, aditivos, azúcares, grasas y someten a los alimentos a sofisticadas técnicas para prolongar su vida útil y realzar su sabor. Sin embargo, este “valor agregado” tiene un costo tangible: alteran las preferencias gustativas desde la primera infancia, desplazan alimentos frescos y naturales, y allanan el camino hacia enfermedades crónicas como diabetes, cáncer y afecciones cardiovasculares.
Los datos en Reino Unido reflejan esta realidad:
El 48% de los snacks para bebés, el 53% de los cereales y el 73% de las galletas o bizcochos destinados a los más pequeños son ultraprocesados. Frente a esta amenaza encubierta, el consumidor común no precisa ser experto en nutrición para proteger a su familia: basta con leer las etiquetas y desconfiar si un producto contiene más de cinco ingredientes desconocidos.